sábado, 30 de octubre de 2010


El tránsito de la infancia a la edad adulta, ese puto tránsito, es simple y llanamente una cuestión de cantidades. No lo compliquen. Los bebés lloran, los infantes articulan una o dos palabras, los niños construyen frases simples y concisas y nosotros, eso a lo que el diccionario define erroneamente como adultos, hablamos y hablamos sin decir nada para conseguir lo que el bebé logró con un sollozo: amor.

No podía, no era capaz ni aquello estaba en su mano. Por suerte o por desgracia, somos incapaces de controlar las acciones y las decisiones ajenas, por desgracia casi siempre. Había decidido el dolor, él, abiertamente, sin complejo y sin razón alguna opto por hacerse daño, osó el marchitar lento de sus entrañas por unos ojos que nunca lo mirarían como tanto deseó. No podía, no era capaz ni aquello estaba en su mano. El intento de padecer el dulce dolor que él le ofrecía, sin manía ni vergüenza, fue para ella el mayor de sus fracasos. El egoismo se apoderó de su ser para decirle que no se merecía aquello; nunca supo ver que era él quien no mereció alcanzar nunca aquella situación que incluso consideraba un premio que le costó labrar. Ella debió pedir disculpas. Él nunca debería aceptarlas.

lunes, 25 de octubre de 2010


Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.

Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.

Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.

sábado, 23 de octubre de 2010

La transitividad sin ti se me antoja inconcebible.

viernes, 22 de octubre de 2010


 La brisa salada del mar de invierno partía mis labios en mil pedazos, sangraba zanjas rosadas en cada comisura, dolía. Tú intentabas acariciarme el pelo mientras el viento jugaba a quitártelo de entre los dedos y yo sonreía, sonreía como antes, como nunca en mucho tiempo y como siempre que rondabas un kilómetro a mi redonda.

Hacía mucho frio aquella mañana de diciembre, creo que era nochebuena, o navidad, o el día de los inocentes, porque tanta felicidad debía ser una broma. Estábamos sentados en el banco improvisado que algún ayuntamiento colocó allí intentando separar el mar de la humanidad y te quitaste la chaqueta; la posaste sobre mi espalda, su tamaño parecía rozar la enormidad de tus abrazos y me dio calor de pronto. Sacaste un pañuelo de tu bolsillo, verde aceite, y me tapaste los ojos, verde aceite. Sentí que ver era algo secundario, sentí que cada milímetro de mi piel estaba seguro en el lugar más expuesto de toda la tierra, que nada ni nadie podía dañarme. Cuénta hasta diez, me dijiste. Ingenua, vulnerable como un recién nacido, crédula, nunca super ver que cada número de aquella sucesión lógica era un alfiler clavado a conciencia en cada una de mis arterias. Llegué al diez, el aguijón, y me deshice del nudo que me separaba de la realidad: el desamparo. No, tú ya no estabas allí, fue la forma menos lastimosa que se te ocurrío para decirme adiós, y a mí aún me sangran las heridas. Me quedé sola, ante el mar, inmenso, insociable, huraño, muerto. Me quedé con una chaqueta, con su olor, que era el tuyo, y con aquella soledad que decidiste regalarme y que yo, melancólica como la que más, aún conservo.

jueves, 21 de octubre de 2010

Usa vocativos absurdos para referirte a mí, deja de morderme el labio y muérdeme la nariz.

domingo, 17 de octubre de 2010

 Podrías tratar de engañar
a mi ser y a mis entrañas
a la parte más recóndita de mi mente.
Y es más
puede que lo consigas.

Pero nunca serás capaz
de engañar a mi lengua,
a mis papilas gustativas,
a mi paladar o a mi saliva.
Ellas ya montaron contigo una vez
en bicicleta.


jueves, 14 de octubre de 2010

Las utopías no se viven, se sueñan.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Sí te regalo mi cordura el envoltorio será la constancia de tu presencia y el lazo de la intemporalidad, púrpura. ¿Estás dispuesto a aceptarla?

martes, 12 de octubre de 2010

Días festivos en el sofá

Los acontecimientos históricos, los grandes males y los grandes bienes de la humanidad, son puramente insignificantes para quien los vive, o más bien, para quien vive en la época en la que suceden. Los nombres de las naciones, la altura de los edificios o los apellidos de los diligentes cambian, los hombres europeos los discuten en el bar, preferiblemente con una cerveza de por medio, y sus vidas continúan, mejor o peor, en un territorio con un nombre u otro, con un presidente o un dictador, pero continúan. Siguen sintiendo lo mismo, haciéndose las mismas preguntas, dudando de las mismas respuestas. Los acontecimientos históricos viven su transcendencia a nivel secular, su importancia radica en la lejanía temporal en la que suceden en cuanto al tiempo en el que se habla, en la página del libro de historia del instituto en los que aparecen, en si entran o no en el examen de selectividad. Por eso para Forest Gump es más importante ver a Jenny que conocer al presidente de los Estados Unidos o visitar la Casa Blanca, otra vez. Por eso, si me dices si prefiero salvar a la humanidad o salvarnos a nosotros, me lo pienso.

sábado, 9 de octubre de 2010

Es existencial

Entrabamos corriendo al aseo, cerrábamos la puerta acelerados, con un portazo que creíamos sordo, absolutamente imperceptible. Yo tenía seis años, él once. Después del golpe, detectable por cualquier oído medio un kilometro a la redonda, me ponía de puntillas para intentar alcanzar la primera leja del armario del baño y así coger la pasta de dientes de fresa. Poníamos los cepillos en horizontal y yo vaciaba medio tubo en cada uno, y empezábamos a comernos el dentífrico infantil creyéndonos los niños más astutos y perversos de toda la tierra. Las hazañas de los personajes de dibujos animados de "la dos" eran minucias comparadas con aquellas expediciones.
Entonces llegaba mamá, abria la puerta de golpe y nos pillaba allí, con el pijama puesto y con la boca llena de aquel gel de color rojo. Y se echaba a reír mientras llamaba a mi padre para que también viera la escena. Allí estaban los dos, al otro lado de la puerta, protectores, estrictamente fundamentales, sustento de todo nuestro vivir, de toda nuestra existencia. Allí estabamos los cuatro, felices.



Estoy estudiando sentada en mi escritorio, con la puerta de la habitación cerrada y los auriculares puestos, de mala leche, como siempre. Alguién abre la puerta, ¡genial!, ya viene mi madre otra vez con sus historias (sea esto leído con voz de pito): friega los platos, ordena los zapatos, ¿por qué llegaste tan tarde ayer?, ¿no irás a salir esta noche?, ¡te he dicho que friegues los platos!, pero ¿¡qué haces?!, ¡no dejes de estudiar!...Pero no, no era ella. Abre la puerta un hombre de veinticuatro años en pijama y con muletas, viene hacía mí, me quita el auricular de la oreja y dice solo y únicamente dos palabras: "te quiero". Después da media vuelta, cierra la puerta y se va, tal cual.

Ahí va, mi hermano, el pilar de mi existencia, en muletas.

martes, 5 de octubre de 2010

Retrospección

Miradas complices.Canciones que escuché en la cama con tu imagen transcrita en mi cabeza.Vulnerabilidad. El anhelo de lo premeditadamente imposible.Libros.Espaldas cargadas de culpa. Fotos, cientos de fotos.Caricias en las que lo único sincero era el fin.Clases de matemáticas por la tarde. Carcajadas cimentadas en mis defectos. Peluches.El sentido que la palabra amistad disimulaba tener cuando estábamos juntos. Risas en las que me gusta encontrar inocencia sin buscarla.Piedras en caminos aún no creados.Mentiras.Falta de talento en la excitación primera, y en la segunda, y en la tercera.Improvisaciones rumiadas frente a la pantalla de un ordenador cualquiera.Lágrimas.Primeras oportunidades malgastadas en lo que podía ser y no lo que quería ser.Odio aliñado con algo de amor, o con algo de adolescencia. Ya no lo sé y nunca querré saberlo, ni quise.

 Yo solo quería dos palabras. Dos. Y mira todo lo que tengo de tí.

lunes, 4 de octubre de 2010

"Tus ojos son un regalo encaramado en lo alto de tu cara, doble encanto, son un preciado mineral al alcance de muy pocos".

Raúl

domingo, 3 de octubre de 2010

Mensaje en el contestador


Hola. Soy yo.
Sólo llamaba
porque estos lunes
siempre me matan.
Ha amanecido
tarde este día;
mi almohada llena
de tus cenizas.

Pasé, ¿recuerdas?,
por nuestros bares
donde arañábamos
a la nostalgia
su sucio esmalte.

Cogí al futuro
por la cintura.
Donde hubo vuelo
sólo ha quedado
escombro de plumas.

Qué cosas pasan,
días bulliciosos,
tan cerca estamos
pero tan solos.
Sólo era eso.
Bueno, pues, nada,
si tienes frío y tiempo
me llamas.