Mostrando entradas con la etiqueta Juegos que pedí prestados sin permiso. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Juegos que pedí prestados sin permiso. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de septiembre de 2011

Trainspotting

"Es cierto, todo ha cambiado. La música ha cambiado, el sexo ha cambiado. Dentro de unos años no habrá hombres ni mujeres: solo gilipollas."

martes, 15 de marzo de 2011

Dos frases.

Alguien me había mirado desde la verticalidad de su sombra, repetida como una presencia oscura en el espejo del tocador, que iba siendo escarchada por la primera luz opaca del amanecer, alguien había dicho mi nombre y jadeado contra mí mientras unos dedos sabios y múltiples como patas y hocicos de pequeños animales buscaban en mis bolsillos y en los pliegues más hondos de mi ropa, y yo había intentado defenderme con una tenacidad imaginaria, porque soñaba que me revolvía y que daba patadas pero permanecía inmóvil, apretando los dientes con un brío tan furioso que los notaba como desmoronándose en mi boca, queriendo abrir los ojos y manteniéndolos cerrados hasta que me dolían. Alguien respiraba en la habitación y cuando yo creía abrir los ojos solo estaba soñando que los tenía abiertos, y lo que veía eran las imagenes de un sueño que tal vez se parecía a la realidad igual que esa sombra que estaba mirándome se parecía a su doble inverso del espejo.

Muñoz Molina. Beltenebros.

martes, 1 de febrero de 2011

Nunca dejes de correr

Aquel día, sin niguna razón en particular, decidí salir a correr. Corrí hasta el final del camino, y cuando llegué, pensé que tal vez podía correr hasta el final del pueblo. Y cuando llegué, pensé que tal vez podía correr hasta el condado de Greenbow. Noté que si había llegado tan lejos, tal vez podía correr a través del gran estado de Alabama. Y eso fue lo que hice. Corrí atravezando Alabama. Sin niguna razón en particular segía corriendo. Corrí derecho hasta el océano. Y cuando llegué, noté que ya había llegado lejos, y que tal vez debía dar la vuelta y continuar corriendo. Y cuando llegué al otro océano, noté que debía dar la vuelta y continuar corriendo. Cuando tenía sueño, dormía. Cuando tenia hambre, comía. Cuando debía... tu sabés, iba.
Forest Gump

lunes, 24 de enero de 2011

Felicidad

 Virginia Woolf  Relatos1922-1925

Cuando Stuart Elton se agachó y para sacudirse una hebra blanca del pantalón, este acto trivial, acompañado de un deslizamiento y una avalancha de sensaciones, pareció como un pétalo que cae de una rosa, y Stuart Elton, tras incorporarse y reanudar su conversación con la señora Sutton, sintió que estaba formado por muchos pétalos firme y estrechamente dispuestos unos sobre otros, todos encarnados, todos tibios, todos teñidos de ese brillo inexplicable. Por eso, cuando se agachaba, un pétalo caía. De joven nunca lo había sentido -no-, pero ahora, a los cuarenta y cinco años, no tenía mas que agacharse para sacudir una hebra del pantalón y esta sensación lo invadía rapidamente, esta hermosa y apacible percepción de la vida, este deslizamiento, esta avalancha de sensaciones, de armonía, cuando se incorporaba de nuevo...pero ¿qué estaba diciendo la señora Sutton?
La señora Sutton (que aún se sentía arrastrada sobre los rastrojos y la tierra arada de la primera madurez) estaba diciendo que los administradores le habían escrito, incluso habían concertado cita con ella, pero no había servido para nada. Lo que hacía que las cosas fueran tan difíciles para ella era que, por supuesto, no tenía ningún contacto con el mundo del teatro, porque su padre, toda su familia, eran simples campesinos.(Fue entonces cuando Stuart Elton se sacudió la hebra.) La señora Sutton se detuvo, se sentía contrariada. Si, Stuart Elton tenía lo que ella deseaba, pensó, en el momento en que él se agacha. Y cuando se incorporó de nuevo la señora Suttón pidió disculpas -hablaba demasiado de si misma, dijo- y añadió:
-Creo que eres la persona más feliz que conozco.
La frase concordaba curiosamente con lo que él acababa de pensar y con la sensación del suave y precipitado descenso de la vida y su reajuste perfecto, la sensación del pétalo que caía y de la rosa completa. Pero ¿era eso la <>? No. Esa gran palabra no parecía adecuada en este caso, no parecía referirse al estado de quedar envuelto en pétalos de rosa bajo una intensa luz. De todos modos, dijo la señora Sutton, él era a quien más envidiaba de todos sus amigos. Parecía tenerlo todo; ella nada. Echaron cuentas...él tenía dinero suficiente; ella marido e hijos; él era soltero; ella tenía treinta y cinco años, él cuarenta y cinco; ella no había estado enferma en su vida y él padecía terriblemente, dijo, a causa de cierta dolencia...Soñaba a todas horas con comer langosta y no podía probarla. ¡Eso es!, exclamó ella como si hubiera dado en el clavo. Incluso se tomaba a broma su enfermedad. ¿Era para compensar una cosa con otra?, preguntó ella. ¿Era sentido de la proporción, era eso? Él pregunto qué, aunque de sobra sabía lo que su amiga quería decir, pero rechazo el ataque de aquella mujer atolondrada y devastadora, de modales bruscos, quejumbrosa y enérgica que discutía y se peleaba, que era capaz de derribar y destruir su valiosa posesión, esa sensación de ser -dos imágenes pasaron por su mente al mismo tiempo- una bandera al viento, una trucha en el río, en equilibrio, flotando en una corriente de sensaciones limpias, frescas, claras, brillantes, lúcidas, hormigueantes, contradictorias que, como el aire o el río, lo mantenían erguido, de tal modo que si movía una mano, si se agachaba o decía algo, liberaba la tensión de innumerables átomos de felicidad que se unían para volver a levantarlo.
-A ti no te importa nada-dijo la señora Sutton-. Todo te da igual-dijo torpemente, gesticulando como un hombre que aplica un poco de masilla aquí y allá para unir los ladrillos, mientras él permanecía muy silencioso, muy críptico, muy comedido y ella intentaba sacarle algo, una pista, una clave, una guía, lo envidiaba, le guardaba rencor y pensaba que si además de su capacidad emocional, su pasión, su habilidad y su talento ella tuviera eso que él tenía, podría rivalizar con la mismísima señora Siddons. Él no se lo decía; aunque debía decírselo.
-He estado en Kew esta tarde-comento Stuart Elton, flexionando una rodilla y sacudiéndose otra vez, no porque tuviese una hebra, sino por cerciorarse con la repetición del gesto que su maquinaria estaba en orden, como en realidad así era.

Y así, si nos encontramos en medio de un bosque perseguidos por una manada de lobos, arrojaríamos jirones de ropa y trocitos de galleta a los infelices animales y nos sentiríamos casi a salvo, aunque no del todo, en nuestro trineo alto, veloz y seguro.
Con aquella manada de lobos hambrientos a la zaga, que devoraban los trocitos de galleta-esas palabras: <Kew esta tarde>>-, Stuart Elton corría raudo entre los lobos de regreso a Kew, al magnolio, al lago, al río, ahuyentándolos con la mano. Entre ellos (porque en ese momento ahroa el mundo parecía lleno de lobos aullando) recordó que la gente lo invitaba a cenar y a comer, que unas veces aceptaba y otras no, y sus sentidos se encontraba allí, en la soleada extensión de hierba de Kew, como si le bastara con mover el bastón para elegir esto o lo otro, ir aquí o allá, hacer trocitos de galletay lanzárselos a los lobos, leer esto, ver aquello, reunirse con él o con ella, ser feliz en casa de un amigo..."¿En Kew, solo?", repitió la señora Sutton.
"¿Tú solo?"
¡Ah!, el lobo aullaba en los oídos de Stuartcontoneándose, había suspirado ante la visión habitual de los amantes, abrazados, allí donde ahora todo era paz, salud, hubo antaño ruina, tempestad y desesperación; y la señora Sutton volvía a recordarle al lobo; solo; sí, completamente solo; pero se recuperó, como se había recuperado entonces, cuando los jóvenes desaparecieron, y se agarró a eso, a algo, a lo que fuera, se agarró con fuerza para seguir su camino, y sintió lastima de ellos.
-Completamente solo- repitió la señora Sutton. Eso era lo que ella no podía concebir, dijo, sacudiendo con desesperación el pelo negro y brillante...ser feliz completamente sola.
-Sí-dijo él.
La felicidad encierra siempre una terrible exaltación. No es alegría; ni arrebato; ni elogio, ni fama, ni salud (él era incapaz de caminar tres kilómetros sin sentirse agobiado); es un estado místico, un trance, un éxtasis que, pese a ser ateo, escéptico, no haber sido bautizado y todas esas cosas, él creía compartir con los hombres que optan por la vía del sacerdocio, con las mujeres en la flor de la vida que recorren las calles con el rostro cubierto bajo un velo rígido como el ciclamen, los labios inmóviles y los ojos pétreos; aunque con una salvedad: a ellos los apresaba; a él lo liberaba. Lo liberaba de toda dependencia con respecto a alguien o algo.

La señora Suttón sintió lo mismo mientras esperaba que Stuart volviera a hablar.
Sí, Stuart detendría su trineo, descendería, dejaría que los lobos se agolparan a su alrededor, les acariciaría sus pobres y voraces hocicos.
-Kew está precioso...lleno de flores...magnolias, azaleas.-Nunca recorcaba los nombres que le decía.

Y eso era algo que ellos no podían destruir. No; pero sí llegaba de un modo tan inexplicable, igual que podía marcharse del mismo modo. Eso había sentido Stuart al salir de Kew, al subir por la orilla del río hacia Richmond. Podía caer una rama, podía cambiar el color, el verde volverse azul o temblar una hoja; y eso sería suficiente, sí; eso bastaría para estremecer, hacer añicos, destruir por completo ese algo sorprendente, ese milagro, ese tesoro que era suyo, había sido suyo y siempre sería suyo, se dijo, inquieto y ansioso; y, sin pensar en la señora Sutton, la abandonó al instante, cruzó la habitación y cogió un abrecartas. Sí; todo estaba en orden. Aún lo conservaba.





Daba vueltas por mi cabeza, cansada, inquieta.
Hoy, la he encontrado escrita.

martes, 4 de enero de 2011

- ¿Tú me quieres Sam?
- ¿A ti que te parece?
- ¿Por qué no me lo dices nunca?
- Como que no te lo digo nunca, no paro de decirlo
- Eso no es verdad tu dices ídem y no es lo mismo
- Todo el mundo dice te quiero, ya no significa nada
- Pero algunas veces necesitas que te lo digan. Yo lo necesito.


Ghost

miércoles, 15 de diciembre de 2010

¡Atentos!¡El nuevo Nobel!

En una filológica tarde como esta de hoy he tenido el placer de presenciar, en mis intentos y los de unos cuantos más de intentar memorizar el temario de una asignatura absurda y aburrida llamada "Teorías y Modelos lingüísticos (ahí queda eso), al que, puedo asegurarlo, será el nuevo premio Nobel de Literatura. Es más, considero que lo de Vargas Llosa ha sido una total estafa; Borges, pensarán ustedes. No, les diré yo, emulando las conversaciones de este fantástico autor, creador y lector, Don (como no podría ser de otra manera) Rodrigo Rubio, el Nobel de la erre sonora en su nombre.

Abriendo boca dejo manifiesta en este modesto blog una de sus poesías de ocasión, improvisaciones al ras del escalón de la Biblioteca del gran Antonio de Nebrija. (Sí, filólogos, tema cuatro, ¿alguién ha llegado ahí?)


Lector
¿Qué?
Cacahué
D. Rodrigo Rubio

¡Qué léxico!, ¡Qué complejidad!, ¡Qué capacidad para dotar a tres complejas palabras de la mayor calidad poética que serán ustedes capaces de presenciar en todo su devenir poético! Un aplauso para este gran autor, que como mínimo merecerá un Cervantes para limpiarse el culo con él.


*Cómo serán ustedes capaces de comprobar, está asignatura está haciendo estragos en nosotros.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El ruiseñor y la rosa

 Oscar Wilde

-Ha dicho que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.

Desde su nido de la encina oyole el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.

-¡No hay una sola rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaban de lágrimas.

-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y tengo que ver mi vida destrozada por falta de una rosa roja.

-He aquí por fin el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerle; todas las noches repito su historia a las estrellas, y ahora le veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y la pena le ha marcado en la frente con su sello.

-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi adorada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará caso ninguno. No se fiará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.

-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí, para él es pena. Realmente el amor es una cosa maravillosa: es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granates no pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor, ni pesarlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.

-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerdas y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará porque no tengo rosas rojas que darle.

Y dejándose caer sobre el césped, hundía su cara en sus manos y lloraba.

-¿Por qué lloras? -preguntaba una lagartija verde correteando cerca de él con su cola levantada.

-Sí, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.

-Eso es, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla.

-Llora por una rosa roja.

-¿Por una rosa roja? ¡Qué ridiculez!

Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando en el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.

En el centro del parterre se levantaba un hermoso rosal, y al verle voló hacia él y se posó sobre una ramita.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve en la montaña. Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que pides.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados, antes de que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante y quizá él te dé lo que pides.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el arbusto sacudió su cabeza.

-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, las heladas han marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.

-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?

-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy asustadizo.

-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con notas de música, al claro de luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.

-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor- y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?

Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.

El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped, allí donde el ruiseñor le dejó, y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.

-Sed feliz -le gritó el ruiseñor-, sed feliz; tendréis vuestra rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que os pido en cambio es que seáis un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta lo sea. Y más fuerte que el poder, aunque éste también lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.

El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que están escritas en los libros.

Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que había construido el nido en sus ramas.

-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!

Entonces el ruiseñor cantó para la encina; y su voz era como el agua reidora de una fuente argentina.

Al terminar su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuadernito de notas y su lápiz de bolsillo.

-El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas, todo estilo sin nada de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!

Y volviendo a su habitación se acostó sobre su jergoncito y se puso a pensar en su adorada.

Al poco rato se durmió.

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.

Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.

Cantó durante toda la noche y las espinas penetraron cada vez más en su pecho y la sangre de su vida fluía de su pecho.

Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.

Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.

La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal, parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.

Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.

Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco; porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.

Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.

Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba.

Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.

Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.

Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se ahogaba en la garganta.

Entonces su canto tuvo un último fulgor. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.

La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.

El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.

-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

A mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.

-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre enrevesado.

E inclinándose, la cogió.

En seguida se puso el sombrero y corrió a casa del profesor con su rosa en la mano.

La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.

-Dijisteis que bailaríais conmigo si os traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderéis cerca de vuestro corazón, y cuando bailemos juntos, ella os dirá lo mucho que os amo.

Pero la joven frunció las cejas.

-Temo que esta rosa no se armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.

-¡Oh, a fe mía que sois una ingrata! -dijo el estudiante lleno de cólera.

Y tiró la rosa al arroyo. Un pesado carro la aplastó.

-¡Ingrato! -dijo la joven-. Os diré que os portáis como un grosero, y después de todo, ¿qué sois? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que podáis tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Y levantándose de su silla, se metió en su casa. -¡Qué bobería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

lunes, 4 de octubre de 2010

"Tus ojos son un regalo encaramado en lo alto de tu cara, doble encanto, son un preciado mineral al alcance de muy pocos".

Raúl

domingo, 26 de septiembre de 2010

Letras ajenas

Por fortuna para nosotros, Dante no conoció el amor de Beatriz. Se limitó a imaginarlo.
La mejor literatura amorosa nace de la impotencia, de la misma forma que las grandes aventuras han sido creadas por autores gordinflones o de poca salud que no se movieron de la mesa camilla. Para escribir un buen libro de cocina es aconsejable tener una gastritis que te permita acercarte a ciertos platos sólo con la mente y no con el estómago. La armonía de los dioses de marmol que emerge de la belleza helénica se la inventó el poeta loco Hölderling en el desván del ebanista Zimmer de la brumosa Tubinga, donde permaceciórecluido durante muchos años hasta la muerte.Si Dante se hubiera casado con Beatriz, ambos tal vez habrían sido felices, pero nosotros nos hubiéramos quedado sin la Divina Comedia. Gracias a que Stevenson no fue un bucanero, sino un jóven de pulmones muy delicados, hoy podemos leer La isla del tesoro. Conrad comenzó a escribir del mar cuando se retiró de capitán de la Marina mercante, y ese camino de la melancolía es el que ha conducido a algunos amantes y aventureros a crear obras de arte. Cuando alguien experimenta con éxito el sexo, no tiene necesidad de escribirlo: a lo sumo, lo cuenta a los amigos en el bar, pero estos lances no le interesan a ningún editor. El aventurero tampoco encuentra tiempo para pasar al papel sus hazañas porque las está viviendo, y si uno se ha acostumbrado a comer bien, le basta con esperar una buena digestión sin más literatura. ¿Puede un borracho ser un buen enólogo? Sólo los ex alcohólicos tienen capacidad para dar aroma, cuerpo y profundidad al vino con el deseo o la memoria.


Todo esto está escrito para animar en un domingo de primavera a cuantos se sientan frustrados. Siempre es un consuelo pensar que Beethoven estaba sordo: de su silencio compacto extrajo la Novena sinfonía. ¿Se imaginan a Dante preguntando desde el gabinete: "Bea, ¿qué hay para cenar?". 
Cualquiera es capaz de tener en sus brazos a Richard Geere o a la Binoche. Basta con no poder hacerlo jamás.


Manuel Vincent

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Sí tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?



Y ya lo sé, otra vez ha sucedido, volaron los manteles y el domingo se hizo especial.
Flotaba en azoteas todo mi deseo, un solecito bueno y tus faldas al viento, nada más.

 Aeroplanos que saludo moviendo un espejo, la ropa y tu pelo se movían al mismo compás, nada más.

Te deslizas como si fueras de viento y al contacto con mis dedos te desvanecieras.

Si tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?
Si me sueltas entre tanto viento, ¿cómo voy a continuar?, ¿cómo voy a continuar?

Recuerdo que sopló la luna y era en pleno día y entre aquellas nubes vislumbraste la estrella polar, y algo más.
Madelmans haciendo slalom por tu cuello, aire que se lleva tus misterios, hacia el Sur se van. Y sé que a veces piensas que estoy algo ido, pero nunca pierdo una sola oportunidad de admirar cómo ...
Te deslizas como si fueras de viento y al contacto con mis dedos te desvanecieras.
Si tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?

Si me sueltas entre tanto viento,
¿cómo voy a continuar?, ¿cómo voy a continuar?

jueves, 2 de septiembre de 2010

Recuerdo

Anoche no podía dormir, llegué tarde a casa y el sueño no llegó conmigo, creo que se fue antes de que yo llegara, harto de esperarme. Anoche no podía dormir y abrí el cajón de tus recuerdos, el tercero en mi escritorio, empezando a contar desde arriba. Abrí el cajón donde escondo tus fotos, aquella carta que me escribiste cuando aún nos escondíamos de nosotros mismos, del destino, cuando aún nos daba vergüenza mirarnos fijamente a los ojos y nos daba igual mirar en la entrepierna. Encontré la caja de madera forrada por dentro de franela roja, aún quedaban restos del azúcar de las gominolas que metiste allí para que no me enfadara si te ibas para no volver, era algo que ni se te pasaba por la cabeza.
Entre aquel amasijo de recuerdos desordenados encontré tus libros: mi antología del veintisiete y aquel compendio de citas del que solo releía el apartado dedicado al amor, del que después tanto renegué. Cerré el cajón y me quedé con el libro. Me tumbé en la cama y, aún abrazándolo y sin todavía abrirlo, comencé a recordar. Miento. Me estoy mintiendo. Te estoy mintiendo. No empecé a recordar en ese momento, creo que es algo que nunca he dejado de hacer. Ojeé el índice del libro: amor, amistad, familia, dinero, memoria, recuerdo. Recuerdo. Página treinta y seis.

"Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo". Pierre Loti
Desde luego amamos, y sufrimos, por ello recordamos. Un tío sabio el tal Loti. Pero no, esto no me servía anoche, no podía más con las piedras del recuerdo, me dolía la espalda, era insoportable. Sufrimos y amamos como nadie más ha sabido hacer hasta ahora, sangré por dentro y tú me curaste las heridas, con saliva, paciencia y vendas en los ojos. Pasado perfecto. Recuerdo. El bucle continuaba y el mareo iba a concluir en vomito. Necesitaba salir de ahí, seguí leyendo.


"El que vive de recuerdos arrastra una muerte interminable". Anónimo
 Lo yo que yo decía. No me podía seguir sustentando en el pasado, me iba a morir de asco. No podemos basar la búsqueda de la, por otra parte inexistente, felicidad, en viajes sin destino en el colchón, sola. Continué.


"Ella no te necesita. tiene tu recuerdo, que vale más que tú". Alejandro Casona
¿Era eso?, ¿había idealizado tanto el recuerdo que lo había convertido en algo superior a la propia experiencia? La memoria es selectiva. Sí lo pensaba mucho incluso podía llegar a encontrar la parte divertida, romántica y positiva de las peleas y de los llantos. Recuerdo aquella discusión a gritos en la habitación de mis padres en la que terminé llorando; te me quedaste mirando y dijiste: "siempre conservarás el legítimo derecho al llanto". Me eché a reír. Recuerdo perfectamente esa frase pero no soy capaz de recordar el motivo de la disputa. Todos mis recuerdos contigo rozan, en mi cabeza, la perfección. Joder, eso no puede ser real, no es tangible, no hace bien. Eso, a la larga, pudre.

Fue entonces cuando, en un momento de abstracción, repose la vista en la frase de la salvación.


"Abstenerse de recuerdos a veces es una cuestión de supervivencia". Alberto Levenfeld
Ahí estaba, no había que darle más vuelta a la naturaleza humana. Hemos nacido para perpetuar la especie, ¿no? Sobrevivé el más fuerte y yo tenía que ser la más fuerte, Darwin, teoría de la evolución, el ser humano como un simple y primitivo animal, la búsqueda de la perfección en la singularidad del individuo. Me bastaba ese argumento. Cerré el libro y lo dejé sobre la mesilla. No podía volver a abrir el cajón de los recuerdos para guardarlo, ese cajón estaba lleno de genes recesivos, me iba a dejar sin descendencia, y sin futuro.

domingo, 25 de julio de 2010

Marfil enamorado y torpe

Solo él puede saber hasta que punto llegó a ser nuestra esta poesía.
Solo a él ya se le habrá olvidado.

Se querían.
Por dios que me lo dijo el verbo
que masticaron entre besos y saliva,
y se les escapaba por las comisuras de los labios.
Y no querían. Se negaban.
Cerraban los labios para que el amor
no se les escapara de la boca.
Y no suspiraban. Y eran todo silencio.
Porque el eco de un beso trae la quimera de su olvido.

Se tocaban.
Se tocaban porque no creían estar ahí.
Necesitaban sentir la realidad de sus cuerpos
bajo las ropas.

Estaban solos, solos, solos…
Porque amar es estar solo, entre unos sueños,
embebido en un gesto que no llega.

Y cómo se miraban.
Tentando al brillo de la noche
que suavísimo se hacía en sus pupilas
de amor.

Ay los besos,
cómo sonaba la savia de los besos…
Como poderosos aullidos que delatan
el amor en el silencio.
Y se absorbían.
Se quedaban sin aliento
y se enredaban,
como si el espesor de los siglos
se hubiera posado por siempre entre sus labios.

Me desgarraban los tímpanos las palabras
que no se decían,
pero que brotaban del aire y de los ojos.
Y se escuchaban.
Se escuchaban en los suspiros
y en el rumor de las ropas bajo sus manos. . .

Y estaban solos, solos, solos…
Sin música. Sin apenas motivos.
Solos con el tiempo de sus besos…

Imaginad.
Imaginad el tacto vivísimo de sus dedos
rozando cada sima de sus cuerpos desnudos
escupiendo amor entre los poros.

Imaginad.
Imaginad también el abismático enigma de sus bocas
y el contacto de sus blancos dientes en los besos
que sonaban cuan marfil enamorado y torpe.

Imaginad, imaginad, imaginad…
Imaginad como ardían sus cuerpos de amor
y como se enredaban en una masa de polvo ciego
y sucio y humeante
mientras celebraban el maravilloso trofeo de estar vivos…

Llegaban voces remotas.
Y tras el rumor inquietante de los besos
llegó el silencio,
perfectísimo silencio,
que reposa ya en la lengua silenciosa
del beso que tragaron los amantes
para que el amor no se les escapara de la boca…

Han cesado los besos. Los suspiros.
Y los labios rojos que el amor no destruye
están mojados de versos y saliva enamorada.
Y se observan. Se miran las manos que dulcemente entregaron
mientras la mañana crece sobre sus cuerpos…

Se querían.
Por dios que se querían.
Y estaban solos, solos, solos...


Virginia Cantó

jueves, 8 de julio de 2010

La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas.

Aristóteles

lunes, 5 de julio de 2010

Fin de exámenes: recopilación del gran alegórico D. Alberto, genio y figura

Por fin, por fin he terminado los exámenes. Ahora podré hacer todo lo que llevo sin hacer estos dos meses, lo que es básicamente lo mismo pero sin ese sentimiento de culpabilidad constante que no te deja tranquila del todo, porque deberías estar estudiando en vez de hacer leer, ver una pelí, hablar por teléfono o mirar pelusillas.
Aún con todo, la época de exámenes también tiene su parte buena. Por mucho que nos quejemos, esos días en los que duermes tres horas para estudiar el resto y se convierten en cafés y descansos interminables tienen su parte divertida, con las risas nerviosas pre y post examen y los burn agujeadores de estómagos mezclados con chicles de sandía. Cada uno tiene su manera de enfocar esta época, y la mejor es hacerlo pensando menos en los agobios y más en esa pequeña parte divertida que conllevan los interminables días de estudio. Fruto de las visitas a la maquina de café que siempre me traiciona no dándome el palito y de las largas noches en Espinardo son las siguientes citas del gran alegórico Alberto López Sánchez, un nombre común para una persona no tan común. A continuación las dejo. Es una pena que no sean más, pero espero poder ampliar esto en septiembre. O eso, o aprobar.

"Alomejor estamos sobrevalorando la mercancía. A veces, si viene en mal estado o caduca pronto, no te merece la pena comprarlo". (Entendido en relación al público masculino)

"Siempre hay que tirarse a la piscina, aunque solo sea porque hace calor".

-Vale por un vale de sexo con mi hermana.
-Yo lo quiero contigo.
-De eso no hay vales, solo descuentos.

-"Hipócritas, que por estar bebiendo ahora agua no recordáis todo el alcohol que habéis bebido".


-"En realidad los Reyes Magos son tres papas noeles disfrazados".

Como ya he dicho, no son muchas las citas que conservo de este gran orador, pero si es desbordante su valor, tanto estilístico como temático. Un festín para los sentidos que ha hecho de esta época de estudio un verdadero placer. Ahí queda eso.

miércoles, 16 de junio de 2010

Simplicidad y belleza

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

Miguél Hernández