Y una sutil ráfaga de viento rompió aquel jarrón chino que compró cuando cumplió los quince años en una tienda de antigüedades. Que estaba nuevo, ponía en la etiqueta que colgaba de una de las asas anudad con un fino plástico dorado. Nuevo. Y crash. Se partió en dos pedazos. Y allí lo dejó, mientras miraba el primer cajón de la mesilla, lleno de tubos de pegamento; mientras miraba el armario escobero de la cocina, entreabierto. Y allí lo dejó, partido en dos pedazos. Crash.
1 comentario:
El jarrón ese, o su cabeza. O su corazón, qué sé yo.
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