Las funciones de los seres vivos son tres: nutrición, relación y reproducción.De ahí Mario debía concluir, como el Aristóteles que querían que fuera, que, sí los humanos son seres vivos, las funciones de los humanos son las mismas. Y así lo explicó aquella profesora gorda y sudorosa que en un octubre más caluroso de lo normal intentaba lidiar con una masa ingente de prehormonados. Marío se sentaba en la tercera fila de la case, un lugar discreto para un chico que pasaba siempre desapercibido. Mientras la profesora repetía una y otra vez aquellas tres funciones en el afán fallido de que la repetición se tradujese en alguna de aquellas mentes en memoria, Mario buscaba la página del libro en la que residía aquella frase, encerrada en un cuadro amarillo, -aquello debía ser importante-. La leyó un par de veces: nutrición, relación y reproducción; nutrición, relación y reproducción.
Vinieron a su cabeza, otra vez, aquellas imagenes repetitivas y monótonas que lo perseguían en cada intento de lúcidez: su hermana acostada en la cama a las doce de la mañana, con las luces apagadas, sollozando; su hermana acostada en la cama a las doce de la noche, con las luces apagadas, sollozando. Por un instante parecía haber encontrado la solución, el razonamiento era tan lógico como simple, pura deducción griega: sí un ser vivo no cumple una de sus funciones vitales dejará de serlo, dejará de estar vivo, puesto que no puede dejar de ser. Perfecto. Tenía la respuesta, la clave. La solución a todo aquello estaba en un mísero libro de primero de ESO, no había más, su hermana solo necesitaba el cariño que ella misma se había quitado a base de soledades y galerías. Pedía a gritos en el silencio más sordo un abrazo, una palabra más allá del grito en el porque, un beso sin segundas intenciones, un polvo con promesas.
Todo aquello se desvaneció unos minutos después, cuando la profesora explicó la función de relación.
1 comentario:
¿Quieres un abrazo? Yo te lo doy.
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