Aquel día volvieron a verse. Era algo inevitable, sus vidas estaban demasiado entrelazadas como para no encontrarse. Lo miró y solo pudo sentir una cosa, solo pudo sentir pena. Pena por todo lo que perdio confiando su vida a una mano que nunca le ofrecieron. Pena por mirar unos ojos que tanto significaron y que ahora simple y llanamente son marrones, bonitos, realmente bonitos. Pena por lo que podrían haber llegado a ser si ella no hubiese sido ella y el no hubiese sido otro. Pena por la escoria en la que se habian convertido.
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