miércoles, 2 de junio de 2010

Recuerdos

Cuando tenía seis o siete años pasaba mis veranos en la tórrida y pegajosa Murcia centro, el capital familiar no alcanzaba como para ir a disfrutar de la charca Mar Menor, así que solía salir a pasear con mi padre por las noches, cuando el calor nos dejaba respirar.
Podrá parecer una tontería, pero mi afición a la lectura nació aquellas noches de verano cuando jugaba hasta las dos de la mañana con mi padre a encadenar palabras y mi madre nos reñía al llegar porque se nos había hecho demasiado tarde y porque "la niña tiene que acostarse temprano que si no luego se malacostumbra". Escuche a mi padre recitar poesías de la generación del 27, una tras otra, fragmentos de Quevedo, de "El Quijote", de poesías sin autor que sus maestros le hicieron aprender en la escuela cuando el niño era él.
No recuerdo la concreción de todos esos momentos, soy capaz de recordar versos sueltos, autores, palabras, pero no momentos continuados. Cosa de la edad, supongo. Aún con esto, y nunca sabré la razón, siempre tendré en mi cabeza una poesía que años después, en otro de esos paseos, volvío a recitar, con su voz grave y su tartamudeo ocasional:

Ni yo tampoco entiendo
si se me abre el grifo
y sale una bala tras otra bala.

Si abro la puerta y se nos entra el fusilado,
y cierro y se me queda fuera el dedo.

Si unto amor en el labio entreabierto y nada,
si miro al muro y todavía distingo los boquetes.
Tampoco entenderé el tiro de Gracia,
el tema 83, la Democracia,
el ácido sulfúrico, los ceros, el tacón,
las hambres, el casamiento orgánico.

De este mundo, los dos sabemos poco.
Y sin embargo, estamos aquí
obligatoriamente obligados a entenderlo.

1 comentario:

desconocida dijo...

Infancia.... a veces daría todo lo que tengo por volver unas horas a aquellos días. :)