Dios sabe que nunca serán tan felices como cuando los ve juntos en la cafetería, haciendo recíprocas sonrisas reflejadas en retinas plagadas de ilusión, ajenos al mundo y a la lengua, insertos como nunca en la literatura, sumergidos en una de esas tranquilidades sencillas, calmas.
Dentro de quizá treinta o cuarenta años serán ellos quienes recuerden ese momento, con una sonrisa en la cara y un lamento en el alma. Porque fue Dios, y no ellos, quien se realizó en la perfección de ese momento, en el calor de ese café.
5 comentarios:
Adoro los cafés con literatura y con buena gente (:
Jolín que bonito Mei, que dulce...
¿Cómo puedo conocerte tanto?
Y si Dios se realizara en cada café que se toma... (una pena que yo no tome café, ¿crees que una coca cola le servirá?)
Hola Mei:
Gracias por pasarte por mi blog, que a su vez ha servido para conocer el tuyo. Todo un descubrimiento. Me quedo.
Un abrazo.
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