sábado, 5 de marzo de 2011

Don Pedro

Un día, en su vieja droguería, Don Pedro me comentó que siempre había pensado que la madurez llega de la mano de la constancia, de la monotonía, de lo insípido del asfalto que pisan los rebaños, del olvido del interés por lo inservible. Supongo que porque pensaba todo aquello aquel hombre de ya ochenta años y pelo cano se levantaba los sábados tras una semana agotadora de trabajo para pasear en su destartalada bicicleta sin frenos por aquellos, como él llamaba, "caminos de Dios". Deambulaba por la huerta hasta llegar a la orilla de una acequia donde crecían unas margaritas blancas preciosas, cogía un pequeño ramillete y lo llevaba a casa; después lo colocaba en un jarrón de cristal brocado y esperaba, sentado en su sillón blanco de mimbre, lo apacible de una sonrisa. Cualquiera.

1 comentario:

Rocío dijo...

La madurez es esperar, apacible, una sonrisa.