miércoles, 29 de diciembre de 2010

Desarmada

Ahí lo tienes. Toma: mi escudo, mi lanza y mi armadura. Me tienes ante ti, casi desnuda. Indefensa, frágil, tenue. Te clavo las pupilas en la boca. Te lo he dado todo, me he desecho de mi castillo a cambio de solo una respuesta. Ahí me tienes, haz conmigo lo que te plazca. Pregunta, yo responderé. Juega, gime, escupe. Insulta, quiere. Decide o duda. Yo estaré aquí, insegura, esperando ese algo que solo está entre unos anillos sin gravedad. Entre tus dedos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

A veces

A veces, y solo a veces, tornan posibles las oportunidades que jamás pudieron serlo. Es entonces, y solo entonces, cuando debemos preguntarnos si queremos lograr como nuestro algo que implica poder no serlo, algo que implica la más plausible inseguridad. Es en ese momento, y solo en ese momento, cuando debemos sopesar si lo que perdemos accediendo a tal posibilidad es mejor que lo que ya tenemos y perderemos. En ese justo instante nos invadirá el peor de los miedos: el miedo al cambio continente de incertidumbre e inconstancia, el miedo a una evolución a la que, paradójicamente, estamos destinados sin remedio. 

Es a veces, entonces, solo a veces, y solo entonces, cuando debemos mandarlo todo al garate y hacer lo que nos suplique, en uno de esos silencios suyos, el alma. Caiga quien caiga.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Pasado. Presente. Futuro

Federico tiene veinte años y acaba de empezar el servicio militar en una transición tardía de una España que no encuentra su definición, en una España que quiere pero no puede deshacerse de un pasado demasiado intenso como para poder olvidarlo a golpe de chatos de vino en la cantina del cuartelillo. Federico vive su presente en el que defiende un ideal que no sabe si comparte, en el que se emborracha sin saber muy bien porqué y en el que no sabe si le gusta la carne o el pescado, el muslamén o el culo bien prieto del general. Se levanta cada mañana anhelando no recordar nada del día anterior porque eso implicaría recordar un pasado que ya no existe, un pasado que ya pasó. Y oyé, esa filosofía no le va tan mál, parece feliz. Vive una vida intensa plagada de amoríos con quien sabe quien y quien sabe dónde, plagada de carcajadas sonoras y vacías con compañeros de milicia de los que ni era necesario saber sus nombres, ni mucho menos sus apellidos. Transita con resignación por las grandes caminatas del servicio, por los madrugones y las marchas pensando que pronto serán pasado, mirando hacía un futuro que, aunque el, en su querido presente, no sabía, le depararía un puesto en la biblioteca del cuartel.


Federico tiene,  treinta años después de su mili, cincuenta ya bien cumplidos. Se sienta en su sofá orejero del salón para que le de el solecito en las piernas y coje un libro de los pocos que quedan en casa sin leer. Aquella pasión, tan irrefrenable como inverosimil para su yo de veinte años, nació en aquel servicio militar que ahora le parece tan lejano y que recuerda con una sonrisa que tarde unos segundos en borrárse de su cara. Lo destinaron a la biblioteca y allí, el aburrimiento o las ganas, nunca lo supo, lo dedicaron a ojear los libros, primero con desdén, para después devorarlos con los ojos y adivinarlos en el corazón. Encontró en aquellas páginas amarillentas y roidas cientos de palabras llenas de significados que nunca había pensado, llenas de historias de amor y de aventuras. Vislumbró comas llenas de pasión, de continuidad y de perfección, puntos que cerraban un final que te dejaba con mal sabor de boca y párrafos que continuaban la historia de un hidalgo y su escudero, la historia de un señor que amó tanto los libros como para enloquecer, que amó tanto los libros como él los amaba ahora, en su sofá orejero, con cincuenta años bien cumplidos ya. 

Pocos años antes de morir, Federico escribió en una pequeña libreta negra que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa un pequeño párrafo:

Nunca podré saber porque aquel general me destinó a la biblioteca, tampoco sabré porque me decidí por abrir unos y no otros libros, lo que sí sé es que esa, en inicio, liviana afición, provocó que aprendiera a reconocer el pasado como lo único existente, a adorarlo y a admirarlo por ser el mío y no el de otro. Me ha enseñado a reconocer al pasado como el único en el que el devenir de cada pluma puede comenzar a suceder mayúsculas, minúsculas, puntos y comas, pues es lo único asimilado por la mente que dirije tan excelente pluma. He aprendido con los libros a adorar el presente porque ya pronto será pasado. Y nunca podré saber si todo esto lo han hecho los libros o lo ha hecho el pasado, que cada vez tiene más vida mía y que pronto la tendrá toda. 




sábado, 18 de diciembre de 2010

Que así es como se hacen las cosas...

Sí me dices algo tan burdo como que yo soy la tónica, por ácida, y tú la ginebra, por agrio, voy a contestarte que sin el calor del hielo y el dulzor del limón no me vales para nada, que te vengas por donde has venido y que no me digas tonterías.
Joder, dime que me quieres y muérdeme los pensamientos, con el frío del hielo y un buen chorro de zumo de limón, con tequila y con pasión.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

¡Atentos!¡El nuevo Nobel!

En una filológica tarde como esta de hoy he tenido el placer de presenciar, en mis intentos y los de unos cuantos más de intentar memorizar el temario de una asignatura absurda y aburrida llamada "Teorías y Modelos lingüísticos (ahí queda eso), al que, puedo asegurarlo, será el nuevo premio Nobel de Literatura. Es más, considero que lo de Vargas Llosa ha sido una total estafa; Borges, pensarán ustedes. No, les diré yo, emulando las conversaciones de este fantástico autor, creador y lector, Don (como no podría ser de otra manera) Rodrigo Rubio, el Nobel de la erre sonora en su nombre.

Abriendo boca dejo manifiesta en este modesto blog una de sus poesías de ocasión, improvisaciones al ras del escalón de la Biblioteca del gran Antonio de Nebrija. (Sí, filólogos, tema cuatro, ¿alguién ha llegado ahí?)


Lector
¿Qué?
Cacahué
D. Rodrigo Rubio

¡Qué léxico!, ¡Qué complejidad!, ¡Qué capacidad para dotar a tres complejas palabras de la mayor calidad poética que serán ustedes capaces de presenciar en todo su devenir poético! Un aplauso para este gran autor, que como mínimo merecerá un Cervantes para limpiarse el culo con él.


*Cómo serán ustedes capaces de comprobar, está asignatura está haciendo estragos en nosotros.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Maldita divinidad omnipotente

Dios sabe que nunca serán tan felices como cuando los ve juntos en la cafetería, haciendo recíprocas sonrisas reflejadas en retinas plagadas de ilusión, ajenos al mundo y a la lengua, insertos como nunca en la literatura, sumergidos en una de esas tranquilidades sencillas, calmas. 

Dentro de quizá treinta o cuarenta años serán ellos quienes recuerden ese momento, con una sonrisa en la cara y un lamento en  el alma. Porque fue Dios, y no ellos, quien se realizó en la perfección de ese momento, en el calor de ese café. 

domingo, 12 de diciembre de 2010

Ilusión

Llovían realidades y hacía mucho frío. Era la noche del cinco de enero, a las cinco de la mañana, e Ilusión solo tenía cinco años. Salió al salón, muerta de frio y descalza; no encontró las zapatillas. Miró fijamente la ventana estéril que conducía a la terraza y una luz blanca, brillante y a la vez cálida, iluminó la estancia. Pudo distinguir a un hombre negro, muy alto, de inmensos ojos azules y vestido con un pantalón de deporte negro y una sudadera vieja, cómoda. Aquel varón depositó una caja blanca coronado por un enorme lazo rojo en los pies de Ilusión, quien apresuradamente se dirigió a abrirla. Baltasar, así se hacía llamar el hombre negro, frenó su impulso suavemente acariciando sus pequeñas manos y le susurró al oído que sería la caja, y no ella, quien decidiera cuando debía ser abierta.

A la mañana siguiente Ilusión solo sería capaz de recordar el color morado en los dedos y la sinceridad sonriendo entre las comisuras de un ángel.

Continuará....

jueves, 9 de diciembre de 2010

-Voy a salir a dar un paseo...¡Mamá!, ¿tú has visto donde me he dejado las alas?
-Deben estar en el trastero, las subió papá, decía que ya no las usabas.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Funciones vitales

Primero de la ESO, Mario, doce años. Martes, primera hora, clase de biología, o ciencias naturales, o como se llame. Primera lección:
Las funciones de los seres vivos son tres: nutrición, relación y reproducción.
De ahí Mario debía concluir, como el Aristóteles que querían que fuera, que, sí los humanos son seres vivos, las funciones de los humanos son las mismas. Y así lo explicó aquella profesora gorda y sudorosa que en un octubre más caluroso de lo normal intentaba lidiar con una masa ingente de prehormonados. Marío se sentaba en la tercera fila de la case, un lugar discreto para un chico que pasaba siempre desapercibido. Mientras la profesora repetía una y otra vez aquellas tres funciones en el afán fallido de que la repetición se tradujese en alguna de aquellas mentes en memoria, Mario buscaba la página del libro en la que residía aquella frase, encerrada en un cuadro amarillo, -aquello debía ser importante-. La leyó un par de veces: nutrición, relación y reproducción; nutrición, relación y reproducción.

Vinieron a su cabeza, otra vez, aquellas imagenes repetitivas y monótonas que lo perseguían en cada intento de  lúcidez: su hermana acostada en la cama a las doce de la mañana, con las luces apagadas, sollozando; su hermana acostada en la cama a las doce de la noche, con las luces apagadas, sollozando. Por un instante parecía haber encontrado la solución, el razonamiento era tan lógico como simple, pura deducción griega: sí un ser vivo no cumple una de sus funciones vitales dejará de serlo, dejará de estar vivo, puesto que no puede dejar de ser. Perfecto. Tenía la respuesta, la clave. La solución a todo aquello estaba en un mísero libro de primero de ESO, no había más, su hermana solo necesitaba el cariño que ella misma se había quitado a base de soledades y galerías. Pedía a gritos en el silencio más sordo un abrazo, una palabra más allá del grito en el porque, un beso sin segundas intenciones, un polvo con promesas.



Todo aquello se desvaneció unos minutos después, cuando la profesora explicó la función de relación.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El ruiseñor y la rosa

 Oscar Wilde

-Ha dicho que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.

Desde su nido de la encina oyole el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.

-¡No hay una sola rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaban de lágrimas.

-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y tengo que ver mi vida destrozada por falta de una rosa roja.

-He aquí por fin el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerle; todas las noches repito su historia a las estrellas, y ahora le veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y la pena le ha marcado en la frente con su sello.

-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi adorada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará caso ninguno. No se fiará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.

-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí, para él es pena. Realmente el amor es una cosa maravillosa: es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granates no pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor, ni pesarlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.

-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerdas y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará porque no tengo rosas rojas que darle.

Y dejándose caer sobre el césped, hundía su cara en sus manos y lloraba.

-¿Por qué lloras? -preguntaba una lagartija verde correteando cerca de él con su cola levantada.

-Sí, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.

-Eso es, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla.

-Llora por una rosa roja.

-¿Por una rosa roja? ¡Qué ridiculez!

Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando en el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.

En el centro del parterre se levantaba un hermoso rosal, y al verle voló hacia él y se posó sobre una ramita.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve en la montaña. Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que pides.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados, antes de que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante y quizá él te dé lo que pides.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.

-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el arbusto sacudió su cabeza.

-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, las heladas han marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.

-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?

-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy asustadizo.

-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con notas de música, al claro de luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.

-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor- y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?

Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.

El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped, allí donde el ruiseñor le dejó, y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.

-Sed feliz -le gritó el ruiseñor-, sed feliz; tendréis vuestra rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que os pido en cambio es que seáis un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta lo sea. Y más fuerte que el poder, aunque éste también lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.

El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que están escritas en los libros.

Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que había construido el nido en sus ramas.

-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!

Entonces el ruiseñor cantó para la encina; y su voz era como el agua reidora de una fuente argentina.

Al terminar su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuadernito de notas y su lápiz de bolsillo.

-El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas, todo estilo sin nada de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!

Y volviendo a su habitación se acostó sobre su jergoncito y se puso a pensar en su adorada.

Al poco rato se durmió.

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.

Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.

Cantó durante toda la noche y las espinas penetraron cada vez más en su pecho y la sangre de su vida fluía de su pecho.

Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.

Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.

La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal, parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.

Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.

Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco; porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.

Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.

Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba.

Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.

Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.

Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se ahogaba en la garganta.

Entonces su canto tuvo un último fulgor. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.

La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.

El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.

-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

A mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.

-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre enrevesado.

E inclinándose, la cogió.

En seguida se puso el sombrero y corrió a casa del profesor con su rosa en la mano.

La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.

-Dijisteis que bailaríais conmigo si os traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderéis cerca de vuestro corazón, y cuando bailemos juntos, ella os dirá lo mucho que os amo.

Pero la joven frunció las cejas.

-Temo que esta rosa no se armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.

-¡Oh, a fe mía que sois una ingrata! -dijo el estudiante lleno de cólera.

Y tiró la rosa al arroyo. Un pesado carro la aplastó.

-¡Ingrato! -dijo la joven-. Os diré que os portáis como un grosero, y después de todo, ¿qué sois? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que podáis tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Y levantándose de su silla, se metió en su casa. -¡Qué bobería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La mesa del centro

Lo había pensado fríamente. Delante de un café ardiendo, con dos terrones de inseguridades y unas cuantas cucharadas de palabras dichas sin pensar, inoportunas hasta uno de esos límites que nunca se han escrito. 
Se sentó en una cafetería cualquiera, en la mesa más impersonal de todas: esa que está en el centro y en la que nunca se sienta nadie. Parece que el ser humano prefiere pegarse a las paredes, aferrarse a un elemento tangible, inamovible. Sí, parecía que era eso lo que le había pasado con él, era su tangible, su inamovible, inapelable, inflexivo, siempre estable, y ni el dios que a cualquiera se le ocurra rezar lo podía mover de su trono: él era su príncipe eterno, el siempre futuro rey de sus posesiones, el siempre presente. Pero pasó, la pared se derrumbó, en mil pedazos, ladrillo a ladrillo cada porción de cemento fue cayendo al abismo de los recuerdos  mal guardados y allí se quedó ella, en la mesa del centro, la más impersonal de todas, esa en la que nunca se sienta nadie.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Un adiós o un hasta luego

En otro de mis intentos, fallidos y diarios, de dejar de pensarte he comenzado a leer este blog, espacio, página o como quieran llamarlo. En cada uno de los pequeños textos, ahora plagados de errores, me he encontrado a mi misma volviendo a intentarlo, volviendo a quererte, a follarte o a decirte un hasta luego más falso que mi adiós. Te he visto pasar por todos y cada uno de ellos, por sus sustantivos sencillos, por sus adjetivos escasos y simplistas, por sus verbos, redundantes. Te he visto encerrado entre comas sin querer escapar. Te he visto en cada punto y seguido, en cada punto final sin fin.

Comienzo a plantearme dejar, como tú has hecho conmigo, todo esto de lado, comenzar una nueva etapa, una nueva vida, sin tí y sin tu esencia, siempre residente en un abecedario sin z, sin fin, en el más puro ser de la humanidades modernas. Porque fuiste tú quien me enseñó que no saber escribir no significa no hacerlo, que no saber escribir no significa no intentarlo. Me ayudaste a tomar la decisión más importante de mi vida basándome en criterios espirituales, faltos de valor para tantos. Te empeñaste en que cada día de mi vida aprendiera que todos los intentos fallidos de exito conllevan la existencia de un intento exitoso, que se contenía en el significado propio de cada complementario contrario; opuestos destinados a fundirse, decías. Me explicaste todo aquello y yo fingí entenderlo. Me explicaste todo aquello que ahora tú has traicionado, y con razón.

sábado, 13 de noviembre de 2010


Hoy, mientras vagaba entre las páginas translúcidas de un libro cualquiera recordé aquella noche. Vinieron a mi mente las imágenes, divinizadas, de tus carcajadas resonando entre las esquinas de la cama mientras intentabas quitarme el miedo a hacer la voltereta. Recordé como, pacífica, me dejaba hacer; como los prejuicios se volvieron traviesos y empezaron a jugar entre las sábanas. Y ha sido entonces, en ese justo instante, cuando me he dado cuenta. Sí, yo, y solo yo, se lo que era y lo que es todo aquello: Literatura.

martes, 9 de noviembre de 2010

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Al poner un punto final siempre se apodera de ti una duda, ¿será este el fin de un capítulo o de un libro?, ¿será este un fin transitorio o el verdadero desenlace?

Hoy, solo y únicamente me caben muchas cosas.
Hoy, solo me cabe la transparencia eterna de una lágrima.
Hoy, solo me cabe el más sincero de los deseos, el de la felicidad ajena.
Hoy, solo me cabe el pensamiento momentáneo de intentar rellenar esta soledad a base de tránsitos intrascendentes.
Hoy, solo me cabe un recuerdo inmortal.
Hoy, solo me cabe intentar concebir desayunos sin diamantes y sin tí.
Hoy, siempre, nunca, mañana, pasado, el otro y el de más allá, el mes que viene y el año pasado, justo en este instante, solo me queda el último y más inocente y franco refregón entre la hierba. El primero y el último.

Hoy, lo único que no me cabe es la duda de que este sí, este es nuestro punto final. El tuyo, el mío, y nunca más el nuestro.



 

lunes, 8 de noviembre de 2010


Esta, amigos mios, es la historia de una princesa, de una princesa y su príncipe. Esta, amigos mios, es la historia de un castillo amurallado.

Esta es la historia de la princesa que decidió, aún habiendolo pensado dos veces, amurallar su castillo de la mejor de las formas posibles. La probabilidad de entrada en aquel fuerte era nula. Opto, conscientemente y sin complejo, por la más cruda de las tranquilidades. Se decantó por convertir a la ausencia de hechos, de acontecimientos, de vida, en su vivir. Edificó la muralla más segura que ningún castillo había poseído ni poseería jamás. Pero, como en todas las historias, la princesa dejó una ventana abierta al juego, al devenir, al suceder de lo probable. En el lugar más recóndito de toda su muralla colocó, amigos mios, el candado más minúsculo hayáis imaginado nunca. ¿Quién tenia la llave? Deberán ustedes suponerlo. Loco de amor, loco de atar, capaz de dar su vida por contemplar solo una vez más la lujuria verde de los ojos de la princesa, irracional, el único que siempre supo comprender que pasaba por aquella carita redonda y blanca: el príncipe. Y aún teniendo la llave, aún sabiendo que él era la singularidad que podía vislumbar la ternura donde otros veían el enfado, aún conociendo aquella conexión efímera e infinita que lo unía a la princesa, compró, a base de besos y saliba, a base de poemas y de risas, toda la dinamita que jamás se hubiese fabricado y jamás se fabricaría en la historia de los hombres. Ya ningún otro podría atravesar la muralla que separaba a su amor del resto del mundo. Y acto seguido, en el justo instante que seguía al más triste de los besos, arrojó la llave al vacío quedando él, principe gentil, fuera del castillo. El príncipe marchó y continúo su vida consciente y capaz de regalar la sinceridad de aquellas caricias a otra princesa. La princesa quedó enterrada, para siempre, en el más triste y profundo desamparo.

Esta, amigos mios, es la historia de una princesa. Esta, amigos mios, es la historia de la princesa soledad.

sábado, 6 de noviembre de 2010


Sí hasta la luna se vistió de puta aquella noche, ¿que podía esperar ella de unos labios que solo sabían conducir el gemido de unas cuerdas vocales más sinceras que el deseo?, ¿qué hay más sincero que el deseo? El deseo de matar, de morir, de entregarte o de finjir. Es deseo, pasión, fuerza, ira, es el movimiento conceptualizado en palabras tan fuertes que no dicen nada. No, joder, aquel beso no podía decir nada, significaba tan poco que rozaba la puta perfección de la apatía. Lo estaba sintiendo temblar. No sabía si era el frío o el ardor de sus salibas jugando a ser recíprocas, pero notaba temblar entre sus dedos hasta el último músculo que él se dejaba tocar. Hasta el último músculo. ¿Qué podía esperar ella de una piel que había sido pensada por tantos?, ¿que cabía esperar de todo aquello?Lo notó parar y separar sus labios de su cuello, un cuello cualquiera que aquella noche pedía a gritos una prorroga eterna.

-¿En qué coño estas pensando, preciosa?
-¿Preciosa?,ni siquiera te he dicho mi nombre, ¿verdad?

miércoles, 3 de noviembre de 2010


Ha sido capaz de llegar al punto del que niegan los humanos su existencia. Se ha sentado en la silla de su escritorio, ha mirado por la ventana sin ver y ha clavado unos ojos muertos en la hoja más absurda de todo el árbol: en la caída. Sí, ha podido, ha conseguido llegar al estado de total indiferencia que siempre él le recomendó. "Sí no te importa no existe", decía. Mentía. El muy cabrón había sido capaz de convencerla. Ella, basándose en los razonamientos de quien no debía importarle, errando ya en el inicio, sintiendo lógico lo absurdo, hizo que todo desapareciera. Lo olvidó, no le importaba, ya no existia. "Si ya no me importa no existe", se repetía. Nunca fue capaz de darse cuenta de que aquella indiferencia se lo llevó todo y dejó solo una frase: "no me importa". Dejó una frase capaz de contener la indiferencia y con ella la nada, y con ella el algo, y con ella a él. En cada palabra, en cada letra, en cada trazo imaginario de aquella secuencia estaba contenida la unión efímera de la que ella jamás se separaría; de la que él se separó hace ya tanto. Volvió a mirar por la ventana, se levantó de la  silla. Con la tranquilidad que solo es capaz de dar la seguridad subió la persiana y saltó, feliz.

Sobre la mesa solo quedaron dos frases subrayadas en el texto de una mala revista:


Ya, por no hacer, no hace ni frio.
Ya, por no sentir, no siento ni miedo.

sábado, 30 de octubre de 2010


El tránsito de la infancia a la edad adulta, ese puto tránsito, es simple y llanamente una cuestión de cantidades. No lo compliquen. Los bebés lloran, los infantes articulan una o dos palabras, los niños construyen frases simples y concisas y nosotros, eso a lo que el diccionario define erroneamente como adultos, hablamos y hablamos sin decir nada para conseguir lo que el bebé logró con un sollozo: amor.

No podía, no era capaz ni aquello estaba en su mano. Por suerte o por desgracia, somos incapaces de controlar las acciones y las decisiones ajenas, por desgracia casi siempre. Había decidido el dolor, él, abiertamente, sin complejo y sin razón alguna opto por hacerse daño, osó el marchitar lento de sus entrañas por unos ojos que nunca lo mirarían como tanto deseó. No podía, no era capaz ni aquello estaba en su mano. El intento de padecer el dulce dolor que él le ofrecía, sin manía ni vergüenza, fue para ella el mayor de sus fracasos. El egoismo se apoderó de su ser para decirle que no se merecía aquello; nunca supo ver que era él quien no mereció alcanzar nunca aquella situación que incluso consideraba un premio que le costó labrar. Ella debió pedir disculpas. Él nunca debería aceptarlas.

lunes, 25 de octubre de 2010


Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.

Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.

Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.

sábado, 23 de octubre de 2010

La transitividad sin ti se me antoja inconcebible.

viernes, 22 de octubre de 2010


 La brisa salada del mar de invierno partía mis labios en mil pedazos, sangraba zanjas rosadas en cada comisura, dolía. Tú intentabas acariciarme el pelo mientras el viento jugaba a quitártelo de entre los dedos y yo sonreía, sonreía como antes, como nunca en mucho tiempo y como siempre que rondabas un kilómetro a mi redonda.

Hacía mucho frio aquella mañana de diciembre, creo que era nochebuena, o navidad, o el día de los inocentes, porque tanta felicidad debía ser una broma. Estábamos sentados en el banco improvisado que algún ayuntamiento colocó allí intentando separar el mar de la humanidad y te quitaste la chaqueta; la posaste sobre mi espalda, su tamaño parecía rozar la enormidad de tus abrazos y me dio calor de pronto. Sacaste un pañuelo de tu bolsillo, verde aceite, y me tapaste los ojos, verde aceite. Sentí que ver era algo secundario, sentí que cada milímetro de mi piel estaba seguro en el lugar más expuesto de toda la tierra, que nada ni nadie podía dañarme. Cuénta hasta diez, me dijiste. Ingenua, vulnerable como un recién nacido, crédula, nunca super ver que cada número de aquella sucesión lógica era un alfiler clavado a conciencia en cada una de mis arterias. Llegué al diez, el aguijón, y me deshice del nudo que me separaba de la realidad: el desamparo. No, tú ya no estabas allí, fue la forma menos lastimosa que se te ocurrío para decirme adiós, y a mí aún me sangran las heridas. Me quedé sola, ante el mar, inmenso, insociable, huraño, muerto. Me quedé con una chaqueta, con su olor, que era el tuyo, y con aquella soledad que decidiste regalarme y que yo, melancólica como la que más, aún conservo.

jueves, 21 de octubre de 2010

Usa vocativos absurdos para referirte a mí, deja de morderme el labio y muérdeme la nariz.

domingo, 17 de octubre de 2010

 Podrías tratar de engañar
a mi ser y a mis entrañas
a la parte más recóndita de mi mente.
Y es más
puede que lo consigas.

Pero nunca serás capaz
de engañar a mi lengua,
a mis papilas gustativas,
a mi paladar o a mi saliva.
Ellas ya montaron contigo una vez
en bicicleta.


jueves, 14 de octubre de 2010

Las utopías no se viven, se sueñan.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Sí te regalo mi cordura el envoltorio será la constancia de tu presencia y el lazo de la intemporalidad, púrpura. ¿Estás dispuesto a aceptarla?

martes, 12 de octubre de 2010

Días festivos en el sofá

Los acontecimientos históricos, los grandes males y los grandes bienes de la humanidad, son puramente insignificantes para quien los vive, o más bien, para quien vive en la época en la que suceden. Los nombres de las naciones, la altura de los edificios o los apellidos de los diligentes cambian, los hombres europeos los discuten en el bar, preferiblemente con una cerveza de por medio, y sus vidas continúan, mejor o peor, en un territorio con un nombre u otro, con un presidente o un dictador, pero continúan. Siguen sintiendo lo mismo, haciéndose las mismas preguntas, dudando de las mismas respuestas. Los acontecimientos históricos viven su transcendencia a nivel secular, su importancia radica en la lejanía temporal en la que suceden en cuanto al tiempo en el que se habla, en la página del libro de historia del instituto en los que aparecen, en si entran o no en el examen de selectividad. Por eso para Forest Gump es más importante ver a Jenny que conocer al presidente de los Estados Unidos o visitar la Casa Blanca, otra vez. Por eso, si me dices si prefiero salvar a la humanidad o salvarnos a nosotros, me lo pienso.

sábado, 9 de octubre de 2010

Es existencial

Entrabamos corriendo al aseo, cerrábamos la puerta acelerados, con un portazo que creíamos sordo, absolutamente imperceptible. Yo tenía seis años, él once. Después del golpe, detectable por cualquier oído medio un kilometro a la redonda, me ponía de puntillas para intentar alcanzar la primera leja del armario del baño y así coger la pasta de dientes de fresa. Poníamos los cepillos en horizontal y yo vaciaba medio tubo en cada uno, y empezábamos a comernos el dentífrico infantil creyéndonos los niños más astutos y perversos de toda la tierra. Las hazañas de los personajes de dibujos animados de "la dos" eran minucias comparadas con aquellas expediciones.
Entonces llegaba mamá, abria la puerta de golpe y nos pillaba allí, con el pijama puesto y con la boca llena de aquel gel de color rojo. Y se echaba a reír mientras llamaba a mi padre para que también viera la escena. Allí estaban los dos, al otro lado de la puerta, protectores, estrictamente fundamentales, sustento de todo nuestro vivir, de toda nuestra existencia. Allí estabamos los cuatro, felices.



Estoy estudiando sentada en mi escritorio, con la puerta de la habitación cerrada y los auriculares puestos, de mala leche, como siempre. Alguién abre la puerta, ¡genial!, ya viene mi madre otra vez con sus historias (sea esto leído con voz de pito): friega los platos, ordena los zapatos, ¿por qué llegaste tan tarde ayer?, ¿no irás a salir esta noche?, ¡te he dicho que friegues los platos!, pero ¿¡qué haces?!, ¡no dejes de estudiar!...Pero no, no era ella. Abre la puerta un hombre de veinticuatro años en pijama y con muletas, viene hacía mí, me quita el auricular de la oreja y dice solo y únicamente dos palabras: "te quiero". Después da media vuelta, cierra la puerta y se va, tal cual.

Ahí va, mi hermano, el pilar de mi existencia, en muletas.

martes, 5 de octubre de 2010

Retrospección

Miradas complices.Canciones que escuché en la cama con tu imagen transcrita en mi cabeza.Vulnerabilidad. El anhelo de lo premeditadamente imposible.Libros.Espaldas cargadas de culpa. Fotos, cientos de fotos.Caricias en las que lo único sincero era el fin.Clases de matemáticas por la tarde. Carcajadas cimentadas en mis defectos. Peluches.El sentido que la palabra amistad disimulaba tener cuando estábamos juntos. Risas en las que me gusta encontrar inocencia sin buscarla.Piedras en caminos aún no creados.Mentiras.Falta de talento en la excitación primera, y en la segunda, y en la tercera.Improvisaciones rumiadas frente a la pantalla de un ordenador cualquiera.Lágrimas.Primeras oportunidades malgastadas en lo que podía ser y no lo que quería ser.Odio aliñado con algo de amor, o con algo de adolescencia. Ya no lo sé y nunca querré saberlo, ni quise.

 Yo solo quería dos palabras. Dos. Y mira todo lo que tengo de tí.

lunes, 4 de octubre de 2010

"Tus ojos son un regalo encaramado en lo alto de tu cara, doble encanto, son un preciado mineral al alcance de muy pocos".

Raúl

domingo, 3 de octubre de 2010

Mensaje en el contestador


Hola. Soy yo.
Sólo llamaba
porque estos lunes
siempre me matan.
Ha amanecido
tarde este día;
mi almohada llena
de tus cenizas.

Pasé, ¿recuerdas?,
por nuestros bares
donde arañábamos
a la nostalgia
su sucio esmalte.

Cogí al futuro
por la cintura.
Donde hubo vuelo
sólo ha quedado
escombro de plumas.

Qué cosas pasan,
días bulliciosos,
tan cerca estamos
pero tan solos.
Sólo era eso.
Bueno, pues, nada,
si tienes frío y tiempo
me llamas.

martes, 28 de septiembre de 2010

¿Quiere usted insultarme? Llámeme universitario del siglo XXI

Buenas tardes, buenas noches, buena vida, lo que sea. Me presento: nací a finales del XX y soy universitaria, lo demás ya lo supondrán ustedes, ¿no? Soy el universitario medio de la España media que nos  ha tocado vivir, con sus faltas de ortografía y sus ciegos semanales, drogas blandas incluidas, por supuesto. Soy el fruto de la LOE de cáscara blanda que se deja morder por cualquier cosa, desde los pantalones por las rodillas, calzón alto a juego, faltaría más, hasta el polito Hilfiger o la dilatación a la oreja, ideales aparte. ¿Para que tener ideales pudiendo tener ropa? Pertenezco a la generación que fundió a patadas la luz de la ilustración, el ideal de la universidad como foco y germen de todo conocimiento, de todo saber. Esa que nunca ha leído un libro más allá del bestseller de turno para quinceañeras con granos o de la obligación hecha resumen en rincóndelvago.com. Decidí, gracias a lo que me han obligado a llamar libertad, sentarme en un pupitre para escuchar a un tío decir que soy una ignorante, que siempre lo seré y que no hay solución. ¿Para que intentar enseñarme?, ¿para que intentar que aprenda cualquier cosa? Es demasiado tarde, no hay vuelta atrás, la play en lenguaje sms ha hecho estragos en mí: así que me quedé sentada sin decir nada, aceptando lo triste de la situación como cierto e inevitable. Sí, formo parte de aquellos que nunca entenderán lo sublime del Quijote, demasiadas horas de inmediatez televisiva juegan en mi contra. Y no, no puedo hacer nada, me toca resignarme y morir con la desidia, con el infortunio de haber nacido en 1991.


 Sí, nacía a finales del XX y soy universitaria, ¿y saben lo que creo? (Porque sí, aunque ustedes no lo crean, somos capaces incluso de crear juicios de valor propio) Que deberían ustedes, antes de opinar, sentarse delante de uno de nosotros, post-hormonados con patas llenos de rastas, e intentar entablar una conversación al respecto del primer tema que se les ocurra. Quizá, y solo quizá, piensen ustedes otra cosa y, por lo menos, empezemos a tener nombres y apellidos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Haz malabares con mis lunares
que tengo muchos y son impares.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Letras ajenas

Por fortuna para nosotros, Dante no conoció el amor de Beatriz. Se limitó a imaginarlo.
La mejor literatura amorosa nace de la impotencia, de la misma forma que las grandes aventuras han sido creadas por autores gordinflones o de poca salud que no se movieron de la mesa camilla. Para escribir un buen libro de cocina es aconsejable tener una gastritis que te permita acercarte a ciertos platos sólo con la mente y no con el estómago. La armonía de los dioses de marmol que emerge de la belleza helénica se la inventó el poeta loco Hölderling en el desván del ebanista Zimmer de la brumosa Tubinga, donde permaceciórecluido durante muchos años hasta la muerte.Si Dante se hubiera casado con Beatriz, ambos tal vez habrían sido felices, pero nosotros nos hubiéramos quedado sin la Divina Comedia. Gracias a que Stevenson no fue un bucanero, sino un jóven de pulmones muy delicados, hoy podemos leer La isla del tesoro. Conrad comenzó a escribir del mar cuando se retiró de capitán de la Marina mercante, y ese camino de la melancolía es el que ha conducido a algunos amantes y aventureros a crear obras de arte. Cuando alguien experimenta con éxito el sexo, no tiene necesidad de escribirlo: a lo sumo, lo cuenta a los amigos en el bar, pero estos lances no le interesan a ningún editor. El aventurero tampoco encuentra tiempo para pasar al papel sus hazañas porque las está viviendo, y si uno se ha acostumbrado a comer bien, le basta con esperar una buena digestión sin más literatura. ¿Puede un borracho ser un buen enólogo? Sólo los ex alcohólicos tienen capacidad para dar aroma, cuerpo y profundidad al vino con el deseo o la memoria.


Todo esto está escrito para animar en un domingo de primavera a cuantos se sientan frustrados. Siempre es un consuelo pensar que Beethoven estaba sordo: de su silencio compacto extrajo la Novena sinfonía. ¿Se imaginan a Dante preguntando desde el gabinete: "Bea, ¿qué hay para cenar?". 
Cualquiera es capaz de tener en sus brazos a Richard Geere o a la Binoche. Basta con no poder hacerlo jamás.


Manuel Vincent

viernes, 24 de septiembre de 2010

Perdóname

Perdóname por haber intentado convencerte antes de estar convencida yo.

Perdóname por hacer que te ilusionaras.

Perdóname por no aceptar un beso que te obligue a dar.

Perdóname por todas las sonrisas que forcé para agradarte, no quería hacerlo.

Perdóname por haber sido otra persona contigo, no lo merecías.

Perdóname por fingir que lo olvidé. Nunca lo hice.

Perdóname por todas las llamadas, por todos los mensajes. Perdóname por ir enamorándote poco a poco.

Perdóname por las tardes en tu sofá, y por las mañanas, sobretodo por las mañanas.

Perdóname por hacerte masajes, por acariciarte la pierna por debajo de la mesa, por fingir que todo aquello me atraía.

Perdóname tú para que yo también pueda hacerlo.

Perdóname tú para que pueda pedirme disculpas por haberme mentido a mi misma.


Lo siento cariño, y lo siento por mí.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Seis de la mañana

Seis de la mañana, de una mañana que aún era noche. La luz de las farolas se abría paso entre las rendijas de la persiana para llegar a una cortina blanca que amablemente la dejaría llegar hasta sus senos, tersos. Ella. Límpida, rubia, casi virginal. Ella. Recién follada, placidamente dormida, con un mechón de pelo despeinado cruzándole el cuello. La sábana azul recorría sus caderas anchas y huesudas para depositarse en su rodilla y dejar a la vista de los delgados rayos de luz todo su cuerpo. Ella: desnuda, ignorante, feliz.

Seis de la mañana, de una mañana que aún era noche. La ceniza del cigarro avanzaba con cada calada, con cada suspiro de resignación. Él. Desnudo, moreno, alto, masculino. La concreción perfecta del adjetivo guapo. Resignado, cubriendo timidamente su cuerpo desnudo, triste, melancólico. Su cara delataba el sentimiento de culpa que embriagaba todo su cuerpo y todo su ser. Su cara delataba que, Dios lo sabía, lo intentaba, intentaba dejar de pensar en su olor, en su cuerpo desnudo, en la pasión que derrochaban en el abandono de sus almas, en las caricias a escondidas, en los besos culpables y en la saliva prisionera de su secreto, inconfesable. Dios sabía que lo intentaba con todas sus fuerzas, pero eso daba igual, aquellos intentos conllevaban el más absoluto de los fracasos.
La miró fijamente. Preciosa. Perfecta. Todo lo que un hombre podría desear, joder. Pero no podía, no podía parar de pensar en sus ojos verdes, enormes, en su mandíbula ancha y en sus labios, carnosos, cortados por el frio, secos e increiblemente dulces. No, no podía dejar de pensar en él.

Seis de la mañana, de una mañana que siempre sería noche.

lunes, 20 de septiembre de 2010

-No creas que va a ser tan fácil. Para quererme tienes que tener un par de huevos, y bien puestos.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Sí no puedes con tu enemigo, únete a él.

Señora Falsedad, vengo a ofrecerle mis más sinceras disculpas. Cómo lo oye y sí, se que no se lo esperaba. Siento, y no sabe usted hasta que punto llega mi sinceridad, haberle dado la espalda en momentos en los que nos necesitabamos mutuamente. Discúlpeme, sé que se habrá sentido ofendida por mis permanentes rechazos y malas caras, incluso, permítame contárselo ahora que, sí usted quiere, vamos a ser amigas: he llegado a insultarla, y mucho. No crea usted, en un acto de esa dulzura tenue y tremendamente falsa que le caracteriza, que los insultos han sido pusilánimes. No señora, he llegado a odiarla. La he traicionado con su enemiga mortal Sinceridad, pero créame, esta es la última vez que lo hago. Me ha dado demasiadas patadas, me ha traido demasiados problemas. Con amigas así, ¿quién quiere enemigos? Así que, como ya he dicho, disculpe mi deslealtad, disculpe mi traición constante y premeditada. Sí todos están con usted, ¿por qué yo no iba a estarlo?

Con todo esto lo único que quiero pedirle, (incluso podría llegar a decir que suplicarle) es su lealtad y su amistad; lo que es lo mismo, su ayuda para autoconvencerme de que el fin justifica los medios. Al resto del mundo se lo ha dejado muy claro, no veo ningún impedimento para que no puedo hacerlo también conmigo.

Una vez más le pido perdón y ruego atienda mis peticiones.


Dientes, dientes, que es lo que más les jode.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Antónimos cocidos

 Abre la boca y
cierra los ojos.

Suelta tus principios y
agárrame los labios con los dientes.

Súbeme la falda,
que yo te bajo la bragueta.

Acepta mis manos y
rechaza que te diga que no, miento y ambos lo sabemos.

Chilla de placer y
cállate las dudas, no quiero escucharlas.

Sube la frecuencia de tus latidos y
que baje la sangre dónde tenga que bajar.

Y ahora
enciende la luz y apaga el deseo. Lento y rápido.
Vamos.

martes, 14 de septiembre de 2010

Adiós

Te fuiste el miércoles que más ha llovido de toda mi vida y me dejaste aquí, con los viernes hechos domingos.
Te fuiste a masturbarte delante del ordenador y dejaste la factura del agua pagada, para que ahora mis orgasmos se los llevara el desagüe y no tu boca.
Te fuiste diciendo que me echarías de menos, con una sonrisa en la boca relamiendo un cigarro, mentiroso.
Te fuiste para que buscara ventajas, para que ahorra en condones.
Te fuiste a dormir con el pijama de franela y debajo del edredón, se ve que estabas cansado de chocarte con mi piel, de estar estrecho y de que yo fuese de todo menos estrecha.
Te fuiste cansado de escuchar un sí tan fácil y un gemido aún más fácil.
Te fuiste con los calzoncillos de follar puestos, a saber a dónde irías.


Te fuiste.

Y, ¿sabes que te digo, cariño? Pues que gracias y que ya, si eso, nos vemos por ahí.
Vamos a cambiar nuestros papeles, sra. Vida. Ahora las hostias las voy a dar yo.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Rutina

Abre los ojos, hinchados por el sueño acumulado, producto de noches y noches de estudio malgastadas en largos cafés y alguna que otra cerveza, kilométrica. Separa las pestañas y busca las gafas a tientas. Se levanta, palpa el suelo con los pies sin tan siquiera bajar la mirada, ahora ya nítida, y encuentra las zapatillas. Se dirige al aseo, enciende el tubo fluorescente y la disminución apresurada de las pupilas se hace hasta dolorosa, punzante. Se la saca y, en un intento fallido de apuntar, mea. Las mismas constantes vitales de siempre, el mismo azulejo blanco con un ribete de tacitas azules, el de todas las putas mañanas. ¿Qué coño pinta la tetera y todo el jueguecito de tazas a juego en un maldito aseo? Sacude y guarda. Gira el cuerpo noventa grados y se planta frente al espejo para no verse. Baja los ojos y buscar desesperadamente algo de agua fría que arrastre las lagañas y los porqués. Sale del baño sin mirarse los ojos, ni la cara, ni la barba de cuatro días, ni los michelines ni el pelo, que empezaba a ser cada vez menos. Sale del baño sin mirarse el alma en el espejo, por si acaso ya no tiene, por si acaso la rutina se la había quitado sin que él se diera cuenta.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Cumpleaños

Te darás cuenta de que te estas haciendo mayor el día que tu cumpleaños se convierta en el tránsito inevitable entre la rutina del futuro y la costumbre del ayer. El día en que antepongas, sin ni siquiera darte cuenta, tus obligaciones al placer.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Sí tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?



Y ya lo sé, otra vez ha sucedido, volaron los manteles y el domingo se hizo especial.
Flotaba en azoteas todo mi deseo, un solecito bueno y tus faldas al viento, nada más.

 Aeroplanos que saludo moviendo un espejo, la ropa y tu pelo se movían al mismo compás, nada más.

Te deslizas como si fueras de viento y al contacto con mis dedos te desvanecieras.

Si tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?
Si me sueltas entre tanto viento, ¿cómo voy a continuar?, ¿cómo voy a continuar?

Recuerdo que sopló la luna y era en pleno día y entre aquellas nubes vislumbraste la estrella polar, y algo más.
Madelmans haciendo slalom por tu cuello, aire que se lleva tus misterios, hacia el Sur se van. Y sé que a veces piensas que estoy algo ido, pero nunca pierdo una sola oportunidad de admirar cómo ...
Te deslizas como si fueras de viento y al contacto con mis dedos te desvanecieras.
Si tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?

Si me sueltas entre tanto viento,
¿cómo voy a continuar?, ¿cómo voy a continuar?

lunes, 6 de septiembre de 2010

Anoche confundí al olvido con Don Simón y acabé en el hospital, llorando vino y sangrando ausencias.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cachondos

Desnudos, como dios los trajo al mundo. Cachondos, y no era dios quién los había puesto así. Mordiscos, lametazos, chupetones. Besos sin control. Choques de dientes. De un momento a otro llegarían puras embestidas animales. Entonces paró de pronto, se deshizo duranto solo unos instantes del contacto de sus pieles y la miró fijamente a los ojos, enormes.

-Dame un besito de esquimal, de esos de rozar las narices.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Operación

Esperé paseando por el hospital, desquiciada, con el corazón a cien.
-¿Para que coño me abré tomado un café?
-Porque has dormido tres horas y tenías mucho sueño, Maria José.
¿Estoy empezando a hablar sola? Joder. Otro paseo. Vuelvo a la habitación. Mis padres se miran fijamente a los ojos, sin hablar.
-Es una operación sin riesgo. Anestesía local, Maria José. Tranquila.
-Sí, ya, anestesía local, pero el marcapasos hay que desprogramarlo, no tiene ni puta gracia.
-Pero es un riesgo  mínimo, un cardiólogo va a estar a su lado en todo momento. Además, este es el lugar más seguro dónde puede estar.
Bien, volvía a hablar sola. Allí nadie se atrevía a abrir la boca pero por todas las cabezas circulaban los mismos pensamientos, las mismas preguntas, desatados. Desatando los nervios. Haciendo nudos.

Puerta de quirófano. Despacho del médico. Todo ha ido bien. Se dedica a sonreír, a darnos todo tipo de explicaciones a las que solo sabemos responder con un sí. Mi madre se echa a llorar. Puerta de quirófano. Sale otro médico, un tal "anestesista". Todo ha ido bien. Otra vez la misma frase. Se ha portado genial, hemos hablado un rato con él y no se ha quejado en ningún momento. ¿Lo dudabas? Dijo que no le dolía cuando se partió la pierna por tres sitios, no iba a quejarse ahora. Puerta de quirófano, otra vez. No se cuantas veces pude leer el cartel que había encima. "Quirófano de urgencias, solo personal autorizado Por favor, permanezca en la sala de espera". Los cojones. Puerta de quirófano.

Sale la camilla. Miró a mi hermano. Sin gafas solo ve bultos, pero escucha perfectamente las voces. Le digo a mi madre que le ponga ya las gafas, ella le pide permiso a los médicos antes y, tras la afirmación, se las pone. Él sube la mano dónde tiene cogida la vena para ponerselas bien, mira fijamente a mi padre y rompe a llorar. Rompe a llorar como un bebé y joder, yo también. Ninguno de los dos podemos soportar tanta presión. Me quito de en medio. No quiero que me vea así, no quiero que se de cuenta de que él es el fuerte de los dos, aunque creo que ya lo sabe. Mis padres lo acompañan a las camillas de reanimación, pero a mi no me dejan pasar. Sigo llorando. Joder, no puedo parar. La respiración empieza a ser cada vez más rápida. El anestesista viene a hablar conmigo, me mira a los ojos, hace algunos comentarios sobre el parecido entre hermanos  y me dice que el mío le ha hablado de mi durante la operación. También me dice que cuando estaban terminando lo ha mirado a los ojos y le ha dicho "por favor, terminad ya".

Definitivamente, nunca he conocido a alguién tan fuerte, a alguién que después de estar ingresado dos meses, después de siete operaciones, de enfermedades, de medicinas, de cicatrices; a alguién que después de pasar por todo eso es capaz de suplicar sin perder la compostura, es capaz de aceptar lo que está pasando sin nisiquiera llegar a entenderlo. Es capaz de resignarse como el más maduro de todos los hombres, porque lo és.



Cariño, mientras tú no puedas, yo mataré monstruos por tí.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Recuerdo

Anoche no podía dormir, llegué tarde a casa y el sueño no llegó conmigo, creo que se fue antes de que yo llegara, harto de esperarme. Anoche no podía dormir y abrí el cajón de tus recuerdos, el tercero en mi escritorio, empezando a contar desde arriba. Abrí el cajón donde escondo tus fotos, aquella carta que me escribiste cuando aún nos escondíamos de nosotros mismos, del destino, cuando aún nos daba vergüenza mirarnos fijamente a los ojos y nos daba igual mirar en la entrepierna. Encontré la caja de madera forrada por dentro de franela roja, aún quedaban restos del azúcar de las gominolas que metiste allí para que no me enfadara si te ibas para no volver, era algo que ni se te pasaba por la cabeza.
Entre aquel amasijo de recuerdos desordenados encontré tus libros: mi antología del veintisiete y aquel compendio de citas del que solo releía el apartado dedicado al amor, del que después tanto renegué. Cerré el cajón y me quedé con el libro. Me tumbé en la cama y, aún abrazándolo y sin todavía abrirlo, comencé a recordar. Miento. Me estoy mintiendo. Te estoy mintiendo. No empecé a recordar en ese momento, creo que es algo que nunca he dejado de hacer. Ojeé el índice del libro: amor, amistad, familia, dinero, memoria, recuerdo. Recuerdo. Página treinta y seis.

"Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo". Pierre Loti
Desde luego amamos, y sufrimos, por ello recordamos. Un tío sabio el tal Loti. Pero no, esto no me servía anoche, no podía más con las piedras del recuerdo, me dolía la espalda, era insoportable. Sufrimos y amamos como nadie más ha sabido hacer hasta ahora, sangré por dentro y tú me curaste las heridas, con saliva, paciencia y vendas en los ojos. Pasado perfecto. Recuerdo. El bucle continuaba y el mareo iba a concluir en vomito. Necesitaba salir de ahí, seguí leyendo.


"El que vive de recuerdos arrastra una muerte interminable". Anónimo
 Lo yo que yo decía. No me podía seguir sustentando en el pasado, me iba a morir de asco. No podemos basar la búsqueda de la, por otra parte inexistente, felicidad, en viajes sin destino en el colchón, sola. Continué.


"Ella no te necesita. tiene tu recuerdo, que vale más que tú". Alejandro Casona
¿Era eso?, ¿había idealizado tanto el recuerdo que lo había convertido en algo superior a la propia experiencia? La memoria es selectiva. Sí lo pensaba mucho incluso podía llegar a encontrar la parte divertida, romántica y positiva de las peleas y de los llantos. Recuerdo aquella discusión a gritos en la habitación de mis padres en la que terminé llorando; te me quedaste mirando y dijiste: "siempre conservarás el legítimo derecho al llanto". Me eché a reír. Recuerdo perfectamente esa frase pero no soy capaz de recordar el motivo de la disputa. Todos mis recuerdos contigo rozan, en mi cabeza, la perfección. Joder, eso no puede ser real, no es tangible, no hace bien. Eso, a la larga, pudre.

Fue entonces cuando, en un momento de abstracción, repose la vista en la frase de la salvación.


"Abstenerse de recuerdos a veces es una cuestión de supervivencia". Alberto Levenfeld
Ahí estaba, no había que darle más vuelta a la naturaleza humana. Hemos nacido para perpetuar la especie, ¿no? Sobrevivé el más fuerte y yo tenía que ser la más fuerte, Darwin, teoría de la evolución, el ser humano como un simple y primitivo animal, la búsqueda de la perfección en la singularidad del individuo. Me bastaba ese argumento. Cerré el libro y lo dejé sobre la mesilla. No podía volver a abrir el cajón de los recuerdos para guardarlo, ese cajón estaba lleno de genes recesivos, me iba a dejar sin descendencia, y sin futuro.

martes, 31 de agosto de 2010

-Yo de mayor quiero ser poeta.

lunes, 30 de agosto de 2010

Miedosa

Tengo miedo de no volver a verte y miedo de que vengas ahora para que te vea y estar aquí, con gafas en vez de lentillas y piel en vez ropa.
Tengo miedo a no saber dejar de echarte de menos.
Tengo miedo a las noches que me dejas sola y veo sombras que me asustan y que no me dejan salir de debajo de las sábana, esas que serían mucho más divertidas si estuvieras tú debajo y si fueras tú la sombra.
Tengo miedo a que te canses de mí. A la soledad.
Tengo miedo a que me digas que no, aunque razones y argumentos no te falten.
Tengo miedo a algunos bichos.
Tengo miedo de haber perdido mi oportunidad, de haber dejado pasar el tren que solo pasa una vez, con suerte.
Tengo miedo al compromiso.
Tengo miedo de sentir algo que tú no sientes.
Tengo miedo a la oscuridad.
Tengo miedo de ser no ser lo suficiente para tí, para esta vida, para mis retos. Miedo de traicionar, a tí o a cualquiera, por no haber sabido estar a la altura.
Tengo miedo a los cuchillos.
Tengo miedo a convertirme en alguien que no quiero ser.
Tengo miedo al fuego, pero se me quita si somos nosotros los que ardemos, juntos.
Tengo miedo a que, sin quererlo, me hagan daño.
Tengo miedo, miedo atroz, a equivocarme.
Tengo miedo a bañarme de noche y sentir que algo me roza, y no saber lo que es para descubrir que eres tú y que el miedo se transforma.
Tengo miedo a enamorarme.

Créeme, tengo muchos miedos, y puedo contartelos todos. Pero se me van a quitar si me abrazas, fuerte.

domingo, 29 de agosto de 2010

Eche a andar sin tí y te encontré dando el primer paso.

viernes, 27 de agosto de 2010

Todo me huele a tí

Olor a gasolina, a libro nuevo, a tortilla francesa recién echa, a ambientador de tienda de ropa, multinacional. A incienso, a desodorante, a palomitas en el cine y no en otro sitio, a descampado en el camino de vuelta de la universidad. Olor a tostadas con mantequilla y mermelada de fresa, a tabaco, a cerveza y a vicio. Olor a otoño, a hierba recién cortada, a tu coche, a colonia de hombre, a cama "recién dormida", empalagosa. Olor a mañana,a vino tinto, a playa y a ayer, a amoniaco y a rotulador permanente. A pintura de colores, a maquillaje, a dulces de Navidad en el horno de la abuela, a la abuela. Olor a instituto antes de la clase de educación física, y después. Olor a rosas blancas y amarillas, nunca rojas, a lejía, a ropa recién lavada y a sudor, pero solo al tuyo. Olor a croquetas congeladas recién sacadas de la freidora, quemadas, como siempre que las hago yo y como nunca que las haces tú. A peluquería cuando barren el pelo del suelo, a be, a piel suave, a material escolar en septiembre, a vela fundiéndose sin que nos demos cuenta. Olor a salsa barbacoa, a casa en la huerta, al polvillo de las higueras, ese que hace que me pique tanto la piel. Olor a porro y a polvo, a insecticida, a saliva. A todo el alcohol que seamos capaces de mezclar. A todo el alcohol que seamos capaces de beber. Olor a beso y olor a pies. Al plástico de las barbis, esas que tan poco me gustaban y que siguen sin gustarme. Olor a limón, a naranja y a pomelo, pero nunca a mandarina. Olor a labios, a ojos miel, a pelo corto.

Olor a contigo, a nosotros, a siempre.
Olor a tí.

Lo no recíproco acaba pudriendo. Siempre.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Puntuación

No hay nada que me resulte más fácil en esta vida que poner puntos, los pongo por todas partes: contigo, en la ensalada, con mis padres, cuando salgo, en la cama, con desconocidos que conozco en la biblioteca, en un parque o en el ascensor, con el polvo de una noche, en la cocina, por mis sábanas, en la tele, con mi mejor amigo, al abrir la nevera o al cerrar una puerta. Con él. Con todos y en cualquier sitio. Siempre puntos. Hay puntos por todas partes. Siempre puntos y siempre seguidos.

Y eso fue lo que hice contigo, tú no ibas a ser menos. Un punto y seguido para , que no falten. Pero me equivoqué. Contigo no servía mi método universal de puntuación. No eras un cualquiera como para ir dándote puntos como si esto fuera una novela de diez mil páginas, por muy bien que lo pasasemos los dos al empezar un nuevo párrafo. Llegamos a convertirnos en uno de esos libros que empiezas a leer ilusionado y en el tercer capítulo ya sabes como va a terminar, llegamos a ser una novela rosa de preadolescentes salidas. Y no. Ni tú ni yo merecemos ser un mal libro. Ni tú ni yo merecemos ser una mala historia. Así que, cariño, ahí va el primero. Y espero que sea el primero de muchos:

PUNTO FINAL.

domingo, 22 de agosto de 2010

Natural

La despertó.
-Cariño, ¡cariño! Despierta, anda.
-¿Se puede saber que pasa?-contestó, aún aturdida.
-Tengo que decirte una cosa muy importante.
-¿Y tiene que ser ahora? Son las ocho de la mañana, hemos dormido tres horas.
-Sí, sí, tiene que ser ahora. Anoche te mentí.
-¿Qué?-gritaba-¿qué coño quieres decir con eso?
-Que anoche te mentí, ¿recuerdas cuando te dije que ibas guapísima, que eras guapísima? Sí, cuando vine a recogerte, ¿te acuerdas o no?
-Sí, claro que me acuerdo, me lo dices siempre que me arreglo, ¿qué pasa con eso?, ¿mientes?, ¿piensas que soy fea? Créeme, no eres el primer que dice o piensa algo así, y puedo asegurarte que no serás el último, asi que déjame dormir.
-No, no es eso, te mentí. No ibas guapísima, el vestido era bonito, si, y el peinado original; el maquillaje no te quedaba del todo mal, quizá demasiado para mi gusto y, aún así, estabas preciosa. Te mentí porque no ibas guapísima, te mentí porque lo eres, y al verte me he dado cuenta de que ahora sí, de que me gusta mucho más el vestido tirado en el suelo, el maquillaje estropeado, corrido. Los ojos hinchados por el sueño y la boca seca. La sábana tapando a medias tu cuerpo desnudo y dejando una teta al aire. Me gustas mucho más despeinada, cariño. ¿Y sabes porque? Porque no me gusta el maquillaje, ni la ropa, ni la laca. Me gustas tú. Natural.