miércoles, 30 de junio de 2010

Reflexiones, una de tantas

Si quieres algo no lo dudes, inténtalo. ¿No ha ido bien? Vuelve a intentarlo. ¿Has vuelto a fracasar? No me vale que lo uses como excusa. Inténtalo una y otra vez, ¿duele? no me importa. Hasta que sangre si es necesario. Será la única forma de no llegar a la peor de las muertes: arrepentirte de lo que pudiste ser y no fuiste.

sábado, 26 de junio de 2010

Quiero querer quererte

Quiero querer quererte.
Quiero que me mires,
que parpadees y que yo anhele
que no lo hagas más.
Que no lo hagas nunca.
Simple y llanamente
porque si parpadeas dejas de mirarme.

Quiero querer quererte,
pero tan siquiera me importa
que mires para otro lado
cuando, vagamente,
yo intento querer quererte.

viernes, 25 de junio de 2010

-¿Para que queremos estar enamorados?
-¿Por qué ese deseo constante de depender de alguién que no seas tú?
-¿Por qué deseamos tanto ser tan jodidamente vulnerables?
-¿Para que queremos pasarlo mal?
La vida se nos va cada mañana, pero no podemos despertarnos con una sonrisa si no es para buscar algo que nos la quite. ¿Por qué?

jueves, 17 de junio de 2010

Noches frías de verano

-Si hombre, es ese momento en el que te sientes tan fuera de lugar que estás fuera del mundo, ese en el que no encuentras razón para poner el despertador por las mañanas. Si, ¿sabes cuál te digo? Ese en el que sientes que no eres para nadie, que nadie se acuerda de ti de vez en cuando y sonríe un poco, en el que empieza a gustarte la soledad más de lo debido y lloras sin saber porque...Es que no sé si caes, pero yo he caído tanto que no me puedo levantar.

Ves montañas donde solo hay colinas

-"El tiempo lo cura todo".
-"Lo último que se pierde es la esperanza".
-"Querer es poder".
-"Siempre que se cierra una puerta se abre otra".
-"Hay muchos peces en el río"

Los cojones señor Refranero, los cojones.

miércoles, 16 de junio de 2010

Simplicidad y belleza

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

Miguél Hernández

martes, 15 de junio de 2010

Visiones II

No podía aceptarlo, no podía aceptar que su vida iba a acabarse antes de cumplir los veinticinco, los veinticuatro, incluso puede que antes de que pasara un mísero mes. Ni siquiera eso podían decirle los médicos, los malditos médicos que habían sentenciado su vida con eufemismos tras los que escondían las palabras que nadie quiere escuchar en una consulta: tumor, cáncer.
-La medicina no es una ciencia exacta, no sabemos con exactitud como está de avanzado aunque una solución duradera en este tipo de casos es complicada, el tratamiento es quizás demasiado ofensivo...
-Qué me estoy muriendo, coño, dímelo así, tal cual. Si no puedes curarme por lo menos dame algo de sinceridad. No me obligues a agarrarme a un mástil que sabes que se va a romper, cabrón.

Salió del hospital sola, su madre no la había acompañado, ¿para que? Iba a recoger los resultados de las pruebas de un pequeño bulto sin importancia que le salió en la barriga hace unos meses y que había empezado a molestarle. Cogió el coche, arrancó. Fue directa a casa. No, no diría nada, continuaría su vida como si tal cosa, como si aquella tarde nunca hubiera pasado. Abrió la puerta de casa y encontró una nota encima del mueble de la entrada: "Hemos salido a cenar con los titos, volveremos tarde, tienes la cena preparada". Dejó el bolso en el suelo, abrió la nevera, tiró la ensalada de judías a la basura, revolvió un poco la cocina para que pareciese que había cenado y se tiró a la cama. Pensó, pensó y sintió miedo hasta de pensar. Cogió el libro que tenía encima de la mesilla. En el instante que su dedo rozo la tapa la mano retrocedió y volvió al costado de la cama. ¿Cuantos libros iba a dejar por leer?, ¿cuantas pelicular por ver?, ¿cuanta gente por conocer?, ¿cuanto tiempo por perder? ¿Cuanta vida por vivir? Carmen nunca fue, ni quiso ser, una de esas personas que sueñan con tirarse en paracaídas desde el Kilimanjaro, ir a China a comer escarabajos o a Kenia de misión humanitaria. Estudiaba derecho porque pretendía ayudar a la sociedad de su tiempo, a la que le había tocado vivir, vivir. Solo quería vivir.
Fue a la cocina, abrió el armario de las pastillas, se tomó un par de tranquilizantes y volvió a la cama. Mientras miraba fijamente el gotelé grisáceo del techo intentó poner la mente en blanco. Se quedó dormida.

-Pi, pi, pi.
Otra vez el jodido despertador. Carmen lo apagó como pudo, se levantó, casi sonámbula, y se metió en la ducha. Mientras caía el agua templada por su espalda y se llevaba su aturdimiento mañanero y sus legañas lo recordó todo, y como un mal sueño, una pesadilla , decidió olvidar. Cerró los ojos, sintió el agua caer hasta sus tobillos y pensó en lo que iba a hacer: dar un beso de buenos días a mamá, coger los libros e irse a la biblioteca, como cualquier mañana más en época de exámenes.
Y así lo hizo. Llegó cuando aún no habían abierto, espero un rato y subió las interminables escaleras hacia el sitio de siempre. Colocó sus cosas y unos folios a modo de reserva en el asiento de al lado, Jorge le dijo el día anterior que le guardara un sitio, que él llegaría a eso de la hora de comer.
Sacó los apuntes, el código civil y los rotuladores, el examen era dentro de dos semanas y casi ya podía recordar todo el temario.
-Un buen repaso nunca viene mal, no vaya a ser que el examen me pille a las puertas del cielo y tenga que defender a algún inocente ante San Pedro, pensó mientras una sonrisa sorda se deslizaba entre sus dientes.
El ruido producido por la vibración del móvil contra la mesa la distrajo de sus pensamientos. Un mensaje, Jorge iba a llegar más tarde de lo esperado. Mientras volvía a dejar el móvil encima de la mesa alguien le dio unos toquecitos en el hombro. -¿Es que nadie me va a dejar estudiar para defender a mi acusado celestial o que?-. Se giró. Un chico alto, altísimo, con unas pintas espantosas y unas orejas enormes le preguntaba por el sitio que había reservado para Jorge. Le dijo que no estaba ocupado, que podía sentarse, retiró los folios y volvió a centrarse en sus esquemas.
En uno de esos momentos de concentración fallidos notó que el chico que le había pedido el sitio le miraba las tetas casi babeando. Hacia bastante tiempo que nadie se fijaba en ella de aquella manera, así que decidió comenzar una análisis en profundidad en cuanto el chico retirara la mirada. En otro momento quizás todo aquello le hubiese parecido ofensivo, una mirada tan descarada, unas orejas tan grandes, pero en ese momento incluso llegaba a excitarle, la sensación de que no tenia nada que perder ni nada que ganar inundaba el pensamiento lúcido y maduro que hasta ahora dominaba sus días, y sus noches. Se fijo en sus ojos, pequeños, almendrados y oscuros, muy oscuros. Una mancha pequeñita y marrón presidia la comisura izquierda de unos finos labios en una boca pequeña. No podía decir que estaba ante un tío guapo, pero el pelo largo y la ropa ancha le daban un aire masculino realmente atractivo. De pronto, el desconocido le sonrió. Carmen, en un acto reflejo, devolvió la sonrisa.
-No se puede empezar a estudiar sin un café con leche, aunque sea de la maquina, ¿te apetece?
Carmen escuchó la propuesta y respondió sin pensar: -La verdad es que no es mala idea.
Dos días antes de todo aquello hubiera tartamudeado como una tonta para decir que mejor no, que prefería seguir estudiando, que tenía un examen demasiado importante y que mejor en otra ocasión. Realmente no sabía porque estaba haciendo aquello, sus impulsos iban por delante de su cabeza. No era ella, y empezaba a gustarle, mucho.

Carmen y Mario, así se llamaba el chico, bajaron a la maquina de café. Mario se empeñó en invitarla, pero Carmen se negó en rotundo. Salieron a la calle, buscaron un banco donde el sol no los chamuscara y empezaron a hablar. El café estaba frío, pero la conversación no estuvo mal. No era todo lo que ella esperaba en un hombre, pero le sobraban cualidades como pretendiente a una noche divertida.
-¿Noche divertida? ¿En que estás pensando Carmen? ¿Quién eres? No se reconocía, el carpe diem se había llevado a la Carmen estudiosa, se quedó en la consulta del médico la tarde anterior. Le daba todo igual, no estaba triste, no le daba miedo la muerte, solo pretendía disfrutar el tiempo que le quedababa por vivir.
Volvieron a subir a la biblioteca. Miradas y sonrisas cómplices se sucedieron hasta que Carmen decidió dar el paso. Cogió un papelito de su libreta de notas, apuntó su numero de teléfono, recogió sus cosas y se acercó a besar a Mario para despedirse; lejos de la mejilla, muy cerca del labio. Deslizó el trozo de papel en el bolsillo trasero de su pantalón, separó su cara del rostro de Mario, sonrió, dio media vuelta y se marchó. Sus movimientos parecieron casi robotizados, mecánicos.

Subió al coche, arrancó y volvió a casa. Abrió la puerta, no había nadie. Se tiró en la cama y se echo a llorar. Ahora, ahora había comprendido lo que sus impulsos pretendían esconder, que la excusa más cobarde es culpar al destino para no enfrentarte a los problemas. Que con ese comportamiento solo pretendía olvidar lo inolvidable, superar lo insuperable. Que no tenia que tirarse a un tío del que sabía poco mas que su nombre para arreglar las cosas, porque no se iban a arreglar. Que no tenía que dejar de ser ella, porque eso tampoco iba a servir de nada. Que tenía que hablar con mamá, que tenía que afrontar esto y no podía hacerlo sola.
Apago el móvil. No, no iba a dejar que sonara, no era justo. Ni para él, ni para ella.

sábado, 12 de junio de 2010

Visiones I

Tenía muchísimo que estudiar, los exámenes cada vez estaban más cerca y haber hecho el vago durante el principio del cuatrimestre le estaba pasando factura. Decidió levantarse temprano para ir a la biblioteca. La noche anterior pensó llamar a algún amigo, pero superó la tentación. Si lo hacia estarían toda la mañana comentando el culo de la de azul y las tetas de la que está sentada a lado de la fea de la camiseta negra, por no hablar de los interminables cafés del descanso con sus, por supuesto, correspondientes cinco cigarros.
El despertador sonó a las siete y media y, de manera inexplicable, volvió a sonar cuando el reloj ya marcaba las nueve. Mal comienzo.
Mario se vistió apresurado con lo primero que encontró. Después de mirarse al espejo dio media vuelta y volvió al armario, al fin y al cabo era sábado y, aprovechando su recién estrenada soltería, podría encontrar a alguien con quien estudiar algo más fisiológico que la literatura comparada. Fue al aseo, fumigo sus axilas con el desodorante atrapa-hembras y se lavó los dientes. Salió sin desayunar. Ya se tomaría al llegar unos polvos de café disueltos en agua y una chocolatina de la maquina expendedora.
-Un desayuno deprimente para empezar un día deprimente- pensó.
Llegó a la biblioteca. Genial, ni un sitio libre. Dio unas cuantas vueltas alrededor de las mesas y encontró unos folios en blanco a modo de reserva de uno de los puestos de lectura. Le preguntó a la chica que estaba sentada en el asiento contiguo. Bonitos, preciosos ojos verdes.
-No, no está cogido, se lo había guardado un amigo pero acaba de mandarme un mensaje para decir que al final no viene, puedes sentarte si quieres-.
Con voz entrecortada y casi tartamudeando Mario respondió: -Muchas gracias.
Después de sentarse, sacar los indescifrables apuntes de una tía de cuarto que le había pasado el delegado, bostezar, buscar los bolígrafos, -Mierda, se me han olvidado los subrayadores- volver a bostezar y sacar la botella de agua de litro y medio comenzó a observar el mercado femenino.
-No, venga Mario, ponte a estudiar que has venido a eso, que el examen es la semana que viene y no tienes ni idea- se dijo. Empezó a leer los apuntes, ¿Kant? ¿Froid? ¿Teoría de la significación? ¿Pero que estoy estudiando yo?
Después de reírse de si mismo casi por no llorar volvió a mirar a la chica que le había ofrecido el sitio. Parecía estar sola, pero eso de "estar esperando a un amigo", masculino singular, no pintaba bien. La miró detenidamente: unos ojos verdes realmente grandes se enmarcaban en una larga melena rubia y ondulada. Un lunar redondo y pequeñito presidia una nariz respingona sobre unos labios tersos y carnosos. No estaba nada mal. Hecho una ojeada hacia el escote, pequeñas pero bien puestas. -A ver si se levanta y podemos hacer un repaso general- pensó.
La chica se dio cuenta de que no paraba de mirarla, se giro y le sonrió. Era el momento de decir algo. Mario casi había olvidado aquella sensación, dos años saliendo con Sofía, a la que incluso le costaba llamar "ex", habían hecho mella. Pero no, debía intentarlo, las cosas en su cabeza debian cambiar y ahora tenia la oportunidad de hacerlo. Le devolvió la sonrisa. Ella le mantuvo la mirada. Mario volvió a tartamudear:
-No se puede empezar a estudiar sin un café con leche, aunque sea de la maquina, ¿te apetece?
-Mario, ¿estás estudiando letras para que este tipo de chorradas salgan de tu boca? Ya verás como se ríe de ti- pensó nada mas terminar su pregunta.
La chica sonrió: -La verdad es que no es mala idea.
Bajaron las escaleras de la biblioteca en silencio hasta llegar a la maquina de café. Mario intentó invitarla pero Carmen, así se llamaba la chica, no lo dejó. Salieron fuera y se sentaron en el único banco donde el tórrido sol de junio les dejaba respirar, y hablar, porque entre ellos apareció una extraña y única complicidad que se mantuvo durante las dos horas que duro aquel café que Mario olvidó entre sus manos. Realmente era la chica perfecta: guapa, simpática, femenina pero fuerte, inteligente pero buena, dulce.
Volvieron a subir a enfrentarse a los apuntes. Tras dos o tres horas de intentos de estudio fallidos, miradas complices y sonrisas Carmen comenzó a recoger sus cosas. Se acercó a Mario, le dio dos besos en las comisuras que supieron a mucho y a nada y deslizó un papelito en el bolsillo trasero de su pantalón.

Mario recogió sus cosas poco después de marcharse Carmen. Llegó a casa, dejo los libros encima de la cama, sacó el papel de su bolsillo, miró el número de teléfono. Empezó a llorar. Nunca podría sentir por nadie lo que había sentido durante esos dos años, su vida se había partido en dos y Sofía se había llevado un trozo. Podía intentarlo, podía empezar a ser quien nunca había sido ni nunca supo ser, pero no llegaría a buen puerto. El número de teléfono se emborrono con sus lágrimas.
No, no iba a llamar, le faltaban fuerzas.

viernes, 11 de junio de 2010

Cicatriz

El ser humano nace unido, de la manera más palpable posible, a sus raíces biológicas. En solo unos segundos nos separan, aparece una herida en nuestra barriga que nos recordara de por vida quienes somos, quienes quisieron ellos que fuéramos y nunca fuimos. La herida los primeros días sangra, y son nuestras propias raíces quienes, con las mejores caricias, la obligan a curar. Después queda una pequeña cicatriz redondita que invocará hasta el día de nuestra muerte una unión efímera que jamas podrá romperse. Aún así, nuestras raíces nunca llegaran a conocer del todo a su ombligo, fruto de sus más mundanas entrañas, nunca será lo que ellos quisieran que fuese y aún así sera él el que los ayude a curar cuando, tras el devenir incansable de la vida, sean ellos quienes sangren.

domingo, 6 de junio de 2010

Escoria

Aquel día volvieron a verse. Era algo inevitable, sus vidas estaban demasiado entrelazadas como para no encontrarse. Lo miró y solo pudo sentir una cosa, solo pudo sentir pena. Pena por todo lo que perdio confiando su vida a una mano que nunca le ofrecieron. Pena por mirar unos ojos que tanto significaron y que ahora simple y llanamente son marrones, bonitos, realmente bonitos. Pena por lo que podrían haber llegado a ser si ella no hubiese sido ella y el no hubiese sido otro. Pena por la escoria en la que se habian convertido.

miércoles, 2 de junio de 2010

Recuerdos

Cuando tenía seis o siete años pasaba mis veranos en la tórrida y pegajosa Murcia centro, el capital familiar no alcanzaba como para ir a disfrutar de la charca Mar Menor, así que solía salir a pasear con mi padre por las noches, cuando el calor nos dejaba respirar.
Podrá parecer una tontería, pero mi afición a la lectura nació aquellas noches de verano cuando jugaba hasta las dos de la mañana con mi padre a encadenar palabras y mi madre nos reñía al llegar porque se nos había hecho demasiado tarde y porque "la niña tiene que acostarse temprano que si no luego se malacostumbra". Escuche a mi padre recitar poesías de la generación del 27, una tras otra, fragmentos de Quevedo, de "El Quijote", de poesías sin autor que sus maestros le hicieron aprender en la escuela cuando el niño era él.
No recuerdo la concreción de todos esos momentos, soy capaz de recordar versos sueltos, autores, palabras, pero no momentos continuados. Cosa de la edad, supongo. Aún con esto, y nunca sabré la razón, siempre tendré en mi cabeza una poesía que años después, en otro de esos paseos, volvío a recitar, con su voz grave y su tartamudeo ocasional:

Ni yo tampoco entiendo
si se me abre el grifo
y sale una bala tras otra bala.

Si abro la puerta y se nos entra el fusilado,
y cierro y se me queda fuera el dedo.

Si unto amor en el labio entreabierto y nada,
si miro al muro y todavía distingo los boquetes.
Tampoco entenderé el tiro de Gracia,
el tema 83, la Democracia,
el ácido sulfúrico, los ceros, el tacón,
las hambres, el casamiento orgánico.

De este mundo, los dos sabemos poco.
Y sin embargo, estamos aquí
obligatoriamente obligados a entenderlo.

martes, 1 de junio de 2010

Wayfarer blancas, por favor

Dicen, quizás en exceso, que el ser humano no es capaz de ver lo que tiene demasiado cerca. Cosa de dioptrias, nada que no tenga arreglo con una larga espera para llegar a la consulta del óptico de la seguridad social y bastantes euros para comprarte una bonita montura para tus baratos cristales.
Gafas. Es una pena pero no creo que solucionasemos nada. La manía del ser humano por ver lo blanco gris y lo gris negro, el deseo mundano de ver lo que no esta, de dejar de ver lo empírico, no se solucionacon unas gafas, por muy caras que sean.
Aunque puede que con unas ray-ban...