domingo, 12 de diciembre de 2010

Ilusión

Llovían realidades y hacía mucho frío. Era la noche del cinco de enero, a las cinco de la mañana, e Ilusión solo tenía cinco años. Salió al salón, muerta de frio y descalza; no encontró las zapatillas. Miró fijamente la ventana estéril que conducía a la terraza y una luz blanca, brillante y a la vez cálida, iluminó la estancia. Pudo distinguir a un hombre negro, muy alto, de inmensos ojos azules y vestido con un pantalón de deporte negro y una sudadera vieja, cómoda. Aquel varón depositó una caja blanca coronado por un enorme lazo rojo en los pies de Ilusión, quien apresuradamente se dirigió a abrirla. Baltasar, así se hacía llamar el hombre negro, frenó su impulso suavemente acariciando sus pequeñas manos y le susurró al oído que sería la caja, y no ella, quien decidiera cuando debía ser abierta.

A la mañana siguiente Ilusión solo sería capaz de recordar el color morado en los dedos y la sinceridad sonriendo entre las comisuras de un ángel.

Continuará....

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