miércoles, 18 de agosto de 2010

Tercera persona del singular

Últimamente solía salir a pasear. Sí, se levantaba de la siesta y sentia la necesidad vital de salir a dar un paseo, era como si sus pensamientos solo fueran legibles y cobraran cierta coherencia al compás de sus pasos. Amanda no tenía ningún tipo de problema, no necesitaba aquellos paseos para tomar una decisión demasiado transcendental o para encontrar la solución de una duda espinosa. No. Dedicaba aquellas tardes de tranquila y serena soledad a pensar, a pensar en cualquier cosa, ni siquiera precedía en que pensaría una u otra tarde o continuaba con los pensamientos de la tarde anterior, aquello le quitaría gracia al asunto. Simplemente salia a pasear y miraba los carteles, la gente, los edificios o las terrazas de los bares, los escaparates, y dejaba a su mente fluir. Y eso era algo que necesitaba hacer sola, que no podía hacer con nadie más.

Aquella tarde hacía demasiado calor para pasear, o eso le pareció oir a su madre cuando dió el portazo al salir de casa. Deambulo sin rumbo fijo, el calor y la ropa que, aunque ligera, se le pegaba al cuerpo, propiciaban que sus piernas estuvieran mucho más frescas a la hora de decidir el rumbo. La cabeza la tenía en otro asunto. Justo antes de salir, o mejor dicho, justo antes del grito de su madre, uno de tantos, se dio cuenta de algo tan obvio como que no podría salir con ella a pasear; ni con ella, ni con su mejor amigo, ni con el amor de su vida, ni con la persona que más odiara en este mundo, ni con Dios. Necesitaba que nadie estuviera con ella. Comenzó a pensar y las piernas comenzaron a ralentizarse, la cabeza necesitaba parte de la energía que las extremidades inferiores estaban consumiendo, así que las zancadas tomaron ese aire deambulante de los paseos sin importancia. Sin duda, necesitaba estar sola. No por ello consideraba aquello un problema, o un sentimiento extraño, estaba totalmente convencida de que todos necesitamos una parcela de nuestro tiempo, más grande o más pequeña, dónde las agujas del reloj solo giren en singular. Nacemos solos, morimos solos. El desarrollo de toda nuestra vida se fundamenta en la búsqueda desesperada del deshacernos de una soledad que no reconocemos como intrínseca, como nuestra. Sufrimos al sentirnos solos, cuando lo que debemos hacer no es buscar compañía a cualquier precio, si no aprender a poner a la soledad de nuestra parte, porque puede ayudarnos a ganar la partida, y mucho. Sí, desde luego, Amanda estaba convencida, satisfecha. Había argumentado de una manera casi perfecta su razonamiento, su excusa. Amanda era, como su propio nombre indicaba, la que debe ser amada, pero no por otro, por ella misma. Sí. Exacto. Era eso.

Sonó el móvil. Lo sacó del bolso. Rafa. Sonrió.

A la mierda.

1 comentario:

Fernando Gili dijo...

A veces una llamada cambia la expresión del rostro. No tengo móvil así que saldré corriendo a comprar uno. ¿Me llamará usted?
Excelente texto.
Siempre suyo
Un completo gilipollas