lunes, 17 de enero de 2011

Teatro, vida.

Termina la función. Te secas las pocas lágrimas que has derramado en la última escena y te peinas un poco: el polvo del tercer acto ha tirado una hora de peluquería a la basura (y algo más que eso). Baja el telón y te quedas en el escenario, esperando, con una ilusión sincera que nada tiene que ver con la incertidumbre. No vas al camerino por una razón clara: no tienes. ¿Para qué? El teatro son las tablas, el decorado, las luces, los matices, la realidad de la ficción y la pura falsedad de cualquiera de sus sinónimos.
Esperas. Miras, entre bastidores y cortinas, el patio de butacas. Ves como se marcha ese público carroñero de basura barata, crítico sin juicio y sin límites; ese al que le han regalado la entrada. Te alegras profundamente y te sientas, tranquilo, en el centro del escenario. Esperas. La inquietud comienza a apoderarse de tus piernas y se levantan, nerviosas pero siempre confiadas. Vuelves a echar un vistazo. Los palcos ya están vacíos. En ellos viste, solo unos minutos atrás, a los críticos benevolentes pero sensatos en los que siempre buscaste opinión y consejo. Ves marchar a tu mayor sostén de la mano de cualquier otro y en ese instante piensas. Piensas y no te das cuenta. No eres capaz de encontrar en ti mismo al culpable. No eres capaz de reconocer que esa no es tu mano porque tu no fuiste capaz de ser apoyo y solo fuiste peso, mucho peso. Triste vuelves a tu improvisado asiento, duro y frío, y esperas, aferrado a una esperanza que sabes no existe, a que lleguen esos que han dicho siempre creer en ti, esos que decían tener la palabra amistad como bandera. Desesperado ya, vuelves a asomarte, y los ves marchar, agarrados a otra bandera, afianzados en sus cimientos de hormigón duro y corazones tiernos. 

Es entonces cuando corres a buscar a tu director de escena y entre sollozos, lágrimas, gritos y algún que otro improperio te das cuenta de que lo despediste al cumplir los dieciocho porque pensabas que tú solito podías con todo. Qué inocente fuiste.


5 comentarios:

Rocío dijo...

Este teatro de la vida necesita de muuuuuchos ensayos para que salga bien. Y sin director... ay, Mei, qué difíciles son a veces las obras.

Eco dijo...

Lo malo de que la vida no tenga ensayo ni guión es que no puedes borrar los errores. Lo bueno es que eso la hace mucho más interesante.

Un besito pequeño

Así hablo Zarathustra dijo...

Aaaay! qué angustia más bella.

Sergio DS dijo...

Ovación....
y bajo el telón.

Caroline dijo...

Te juro que me quedé helada y sin palabras, nunca leí una entrada tan linda y tan verdadera que me identifique tanto.
Hay veces en que los aplausos te llenan el alma, te dan fuerza para continuar pero con un público falso que solamente asistió porque le habían regalado la entrada, obviamente se torna frío.
Enserio, me gusto mucho mucho mucho esta entrada.